¡Presente, mi General! - Un encuentro de ideas religiosas durante la conquista europea en México antiguo por Lucía López Arias



Para los que somos creyentes, no importa en quien o en que creamos, ya sea Dios, Buda, Krishna, no importa, incluso si no crees en nada ¿Qué pasaría o que haríamos si de repente llegara alguien y nos quisiera imponer una nueva creencia?

Me gustaría hablar en esta ocasión, del drástico choque ideológico que pudo haberse generado en la vida de los habitantes mesoamericanos, cuando la religión prehispánica fue reemplazada por el catolicismo y se impusieron nuevas creencias durante la conquista en todo el territorio.


 Podemos imaginar la vida social mesoamericana en sus diferentes niveles de vida:  las personas llevando una vida cotidiana, día tras día, envueltas en sus cultos y costumbres. Podemos imaginar una organización social, económica, política y religiosa bien cimentada en cada región, pueblo o ciudad a lo largo y ancho del territorio mesoamericano, entre sus hermosos paisajes, caudales de agua y extensa vegetación.


Gobernantes, comerciantes, guerreros, artistas trabajando en sus labores cada día; mujeres encargándose de sus labores domésticas, la comida y del cuidado de sus hijos pequeños; los jóvenes de posición privilegiada asistiendo al Calmécac o al Tepochcalli; o durante el tiempo libre con sus distracciones favoritas como el patolli (juego de mesa) y el juego de pelota que, como menciona Jacques Soustelle, sí tenía un uso “mitológico y religioso”, pero también se jugaba por diversión.


 Y, sobre todo, trato de imaginar su “pensamiento religioso”; esas prácticas que realizaban en los días de fiesta rindiendo cultos y rituales en honor a las diversas divinidades que adoraban, al igual que las fiestas para sus muertos que no eran menos ostentosas.


Mi razonamiento no me da para poder imaginar la brutalidad del cambio. Los indígenas viviendo bajo sus creencias, donde no existían más que sus dioses a los que veneraban desde que nacían; ¿cómo sucedió toda esta transición?


Dudo que realmente podamos imaginar, como parte del horror de ver la destrucción de la vida y el mundo como se conoce, las emociones de quienes eran obligados a renunciar a algo tan intimo como las creencias.


Podemos deducir que, a partir de la conquista, con la imposición de una nueva religión, en la que existe un solo Dios, y con la prohibición del culto hacia aquellos dioses en los que depositaban su fe, el impacto total en sus costumbres tuvo que ser inmenso porque de un momento a otro tuvieron que cambiar de ideas religiosas para adoptar a un Dios desconocido visible como un hombre muerto en una cruz.


¿Qué habrán pensado aquellos hombres y mujeres, justo en el momento en que escucharon de voz de los españoles decir: “esas cosas de piedra o de barro no son dioses, pues sólo existe un Dios verdadero”? Este gran golpe recibido se volvió una madeja de sentimientos reprimidos y confusión para aquellos que no pudieron rebelarse y para quienes se resistieron a abandonar a sus dioses y cultos, supongo que fue una etapa de terror al ser perseguidos para ser castigados cuando a ojos de los conquistadores eran sólo idolatras.


Ahora bien, detengámonos un momento a pensar en la actualidad; para los que somos creyentes, no importa en quien o en que creamos, ya sea Dios, Buda, Krishna, no importa, incluso si no crees en nada ¿Qué pasaría o que haríamos si de repente llegara alguien y nos quisiera imponer una nueva creencia? ¿Qué haríamos si nos dijeran que el dios al que le rendimos culto es falso, que no existe? Es un asunto complicado, sin embargo, nuestros ancestros prehispánicos tuvieron que aprehender de cierta manera por las malas las nuevas creencias occidentales.


 Un ejemplo de enorme actualidad sería la guerra de Dombás. Esta región incorporada a Ucrania se levantó en armas y una de las causas que le dieron sustento y apoyo poblacional tenía que ver con que la población había sido obligada a renunciar al cristianismo ortodoxo, ya que se consideraba un elemento que fortalecía la tendencia prorrusa que existe en la región. La gente había sido obligada a abandonar su fe para tomar el catolicismo. De cierta manera, sucedió lo mismo que hace siglos aquí en México.


Nosotros que adoptamos esta fe cristiana impuesta por los europeos, ¿seríamos capaces de retroceder y volver a creer verdaderamente en los antiguos dioses prehispánicos y dejar a un lado a Dios del cielo? ¿Podríamos hacer a un lado a Jesús para retomar al dios de la lluvia, por ejemplo? Y cuando digo “verdaderamente” es porque como mexicanos, como descendientes de las culturas prehispánicas, quizá sentimos a estos dioses como nuestros, pero en un sentido vago, no con ese mismo sentimiento con que los veneraban nuestros ancestros, o con el sentimiento con que creemos en Dios o en la Virgen, en quienes depositamos ciegamente nuestra fe.


El sincretismo religioso gestado hace siglos en estas tierras mexicanas, -entre el culto prehispánico y el culto a los santos- poco a poco fue adquiriendo importancia dentro de las sociedades, y ahora, está fuertemente ligado y sustentado a nuestras creencias, y, por ende, no será extraño si no dejamos de creer en Dios, en la Virgen y en los Santos; y más aún, no sería de extrañarse que siempre veamos a las antiguas divinidades como simples mitos.
 

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