Para los que somos creyentes, no importa en quien o en que creamos, ya sea Dios, Buda, Krishna, no importa, incluso si no crees en nada ¿Qué pasaría o que haríamos si de repente llegara alguien y nos quisiera imponer una nueva creencia?
Me gustaría hablar en esta ocasión, del drástico choque ideológico
que pudo haberse generado en la vida de los habitantes mesoamericanos, cuando la
religión prehispánica fue reemplazada por el catolicismo y se impusieron nuevas
creencias durante la conquista en todo el territorio.
Podemos imaginar la vida social
mesoamericana en sus diferentes niveles de vida: las personas llevando una vida cotidiana, día
tras día, envueltas en sus cultos y costumbres. Podemos imaginar una
organización social, económica, política y religiosa bien cimentada en cada
región, pueblo o ciudad a lo largo y ancho del territorio mesoamericano, entre
sus hermosos paisajes, caudales de agua y extensa vegetación.
Gobernantes, comerciantes, guerreros, artistas trabajando
en sus labores cada día; mujeres encargándose de sus labores domésticas, la
comida y del cuidado de sus hijos pequeños; los jóvenes de posición
privilegiada asistiendo al Calmécac o al Tepochcalli; o durante el tiempo libre
con sus distracciones favoritas como el patolli (juego de mesa) y el
juego de pelota que, como menciona Jacques Soustelle, sí tenía un uso “mitológico
y religioso”, pero también se jugaba por diversión.
Y, sobre todo, trato
de imaginar su “pensamiento religioso”; esas prácticas que realizaban en los
días de fiesta rindiendo cultos y rituales en honor a las diversas divinidades que
adoraban, al igual que las fiestas para sus muertos que no eran menos
ostentosas.
Mi razonamiento no me da para poder imaginar la
brutalidad del cambio. Los indígenas viviendo bajo sus creencias, donde no
existían más que sus dioses a los que veneraban desde que nacían; ¿cómo sucedió
toda esta transición?
Dudo que realmente podamos imaginar, como parte del
horror de ver la destrucción de la vida y el mundo como se conoce, las
emociones de quienes eran obligados a renunciar a algo tan intimo como las
creencias.
Podemos deducir que, a partir de la conquista, con la
imposición de una nueva religión, en la que existe un solo Dios, y con la
prohibición del culto hacia aquellos dioses en los que depositaban su fe, el
impacto total en sus costumbres tuvo que ser inmenso porque de un momento a
otro tuvieron que cambiar de ideas religiosas para adoptar a un Dios
desconocido visible como un hombre muerto en una cruz.
¿Qué habrán pensado aquellos hombres y mujeres, justo en
el momento en que escucharon de voz de los españoles decir: “esas cosas de
piedra o de barro no son dioses, pues sólo existe un Dios verdadero”? Este gran
golpe recibido se volvió una madeja de sentimientos reprimidos y confusión para
aquellos que no pudieron rebelarse y para quienes se resistieron a abandonar a
sus dioses y cultos, supongo que fue una etapa de terror al ser perseguidos
para ser castigados cuando a ojos de los conquistadores eran sólo idolatras.
Ahora bien, detengámonos un momento a pensar en la
actualidad; para los que somos creyentes, no importa en quien o en que creamos,
ya sea Dios, Buda, Krishna, no importa, incluso si no crees en nada ¿Qué
pasaría o que haríamos si de repente llegara alguien y nos quisiera imponer una
nueva creencia? ¿Qué haríamos si nos dijeran que el dios al que le rendimos
culto es falso, que no existe? Es un asunto complicado, sin embargo, nuestros
ancestros prehispánicos tuvieron que aprehender de cierta manera por las malas
las nuevas creencias occidentales.
Un ejemplo de
enorme actualidad sería la guerra de Dombás. Esta región incorporada a Ucrania se
levantó en armas y una de las causas que le dieron sustento y apoyo poblacional
tenía que ver con que la población había sido obligada a renunciar al
cristianismo ortodoxo, ya que se consideraba un elemento que fortalecía la
tendencia prorrusa que existe en la región. La gente había sido obligada a
abandonar su fe para tomar el catolicismo. De cierta manera, sucedió lo mismo que
hace siglos aquí en México.
Nosotros que adoptamos esta fe cristiana impuesta por los
europeos, ¿seríamos capaces de retroceder y volver a creer verdaderamente en
los antiguos dioses prehispánicos y dejar a un lado a Dios del cielo?
¿Podríamos hacer a un lado a Jesús para retomar al dios de la lluvia, por
ejemplo? Y cuando digo “verdaderamente” es porque como mexicanos, como
descendientes de las culturas prehispánicas, quizá sentimos a estos dioses como
nuestros, pero en un sentido vago, no con ese mismo sentimiento con que los veneraban
nuestros ancestros, o con el sentimiento con que creemos en Dios o en la Virgen,
en quienes depositamos ciegamente nuestra fe.
El sincretismo religioso
gestado hace siglos en estas tierras mexicanas, -entre el culto prehispánico y el
culto a los santos- poco a poco fue adquiriendo importancia dentro de las
sociedades, y ahora, está fuertemente ligado y sustentado a nuestras creencias,
y, por ende, no será extraño si no dejamos de creer en Dios, en la Virgen y en
los Santos; y más aún, no sería de extrañarse que siempre veamos a las antiguas
divinidades como simples mitos.