Carlos Rubén Martínez Bárcenas (UAQ)
En el pueblo de Colón la presencia de estás cruces trazando el triángulo sagrado, es también asociado popularmente a qué su presencia, impida la presencia de brujas, nahuales o otros seres nocturnos que deambulan por las laderas de los cerros...
En la cabecera municipal de Colón
tradicionalmente se conocen tres lugares de culto a la Santa Cruz, El Cerro de
las Cruces, Del Picudo y la Piladera, estos espacios sagrados son visitados año
con año por los pobladores del valle de Soriano y Tolimanejo, para continuar
implorando por sus necesidades temporales y espirituales. Este pequeño valle se
encuentra en el corazón del triángulo sagrado otomí formado por el Pinal de
Zamorano (Xönthe), el Cerro del Frontón y la Peña de Bernal.
Este triángulo sagrado sobre el valle
otomi-chichimeca de los antiguos pueblos de Tolimanex[j]o y Soriano, de
doctrina franciscana y dominica, evocan un verdadero sentimiento de sincretismo
religioso cristiano que mezclado con las tradiciones indígenas nos hereda un
legado que no debemos olvidar, la cultura y la historia son dos cosas que nos
pertenecen como colectividad y no a las instituciones ni a los individuos.
En el pueblo de Colón la presencia de
estás cruces trazando el triángulo sagrado, es también asociado popularmente a
qué su presencia, impida la presencia de brujas, nahuales o otros seres
nocturnos que deambulan por las laderas de los cerros, muchos habitantes narran
la presencia de “bolas de fuego” las que según la creencia popular están en
búsqueda de los niños no bautizados, de cierta manera la presencia de la Santa
Cruz impide que estos seres cometan sus fechorías. Otra creencia arraigada en
el pueblo es la de ver “arder” el dinero, es decir los entierros de centenarios
que en tiempos de la revolución o la guerra cristera se hicieron en casas,
cerros y cercas, este hecho sobrenatural tiene lugar la madrugada del 3 de mayo
fiesta de la Santa Cruz, además de esta singular búsqueda este espacio se
vuelva un lugar para la convivencia familiar y trasmisión de los saberes
tradicionales.
“Con este signo [de la Cruz]
vencerás” es el lema que según las crónicas le fue revelado al emperador
Constantino y causó su conversión al cristianismo, la veracidad de este hecho
no la conocemos, lo que es verdad es que durante los casi dos mil años de
cristianismo, el signo de la cruz ha representado la presencia divina y terrena
de la comunidad cristiana, colocándolo en diversos lugares públicos haciendo
visible lo que ellos denominan como “La cristiandad”, un reinado social de las virtudes
evangélicas heredadas del maestro nazareno. Con las incursiones hispánicas
allende el mar se expandió también la visión cristiana de una sociedad, en el
siglo XVI los evangelizadores utilizaron el signo de la cruz para vencer lo que
ellos denominaban “la idolatría de los indios”, causando un fuerte movimiento sincrético
que modeló un nuevo culto entre las antiguas deidades mesoamericanas y las del
santoral cristiano.
El cerro ha significado la cercanía a
la divinidad para diferentes culturas, el cronista Fray Bernardino de Sahagún
señala que los mexicas creían que el espacio debajo de la tierra estaba lleno
de agua; estas aguas procedían del Tlalocan en estos lugares se les rendía
culto periódicamente como parte de las fiestas calendáricas.
Para el caso de la conquista,
fundación y evangelización de los territorios queretanos, así como para otras
latitudes de la Nueva España, se instauró un culto devocional sólido entorno a
la cruz, en particular el nacido en la loma del cerro del Sangremal a la Cruz
de Piedra durante las primeras décadas del siglo XVII.
En el territorio del semidesierto Queretano no fue la excepción pues en la región existen antiguas devociones a Venerables Cruces tal es el caso de la Cruz del Divino Salvador en San Pablo Toliman, e innumerables otras cruces que cohabitan este espacio, el símbolo de la Cruz no solo marco los espacios religiosos de los evangelizadores sino que resignifico los espacios sagrados de los pueblos originarios, es por eso que se colocaron en las cimas de los cerros donde estás comunidades tradicionalmente peregrinaban para implorar el buen temporal, las buenas cosechas y la protección de sus bienes temporales.