Diario para no olvidar - Estampas para mi regreso por Hernani Herrera

 


Cuántos de nosotros no crecimos en esas casas viejas junto a un montón de historias por contarnos. Donde generación tras generación ha compartido la vida, desde lo bueno, lo malo a lo peor. Un lugar nuclear de reunión para nuestras familias. Qué seríamos sin aquellas casas abarrotadas de las visiones del pasado. Haciéndonos saber que hubo algo más, desde donde se ha construido lo que somos. Son los lugares por los que siempre pasaremos y a pesar del tiempo algo sentirá el corazón.

Para mi Bila


Aquellas casas viejas

Uno de esos lugares que detona los recuerdos es, sin duda la casa de nuestros abuelos y abuelas. Hace meses que me encontraba fuera de mi ciudad, por lo que volver a pasar por aquella fachada, donde la infancia fue un lugar feliz, me hizo darme cuenta de lo valiosas que son esas casas. Resguardando, no solo nuestra historia, sino la de toda una familia. 


En general son casas chaparritas, de un solo piso, con colores particulares que llaman la atención de la vista. De un estilo clásico de los barrios antiguos, como “La Chaveña” o “el Barreal”, que les dicen chorizos por ser más largas que anchas. Construidas de ladrillo y con sus ventanas amplias para que entre la luz del sol. Una junto a la otra se encuentran, formando nuestras colonias primigenias.


Entrar por estas fechas a alguna de ellas significa encontrar los tradicionales nacimientos, con un montón de piezas acomodadas en la sala para presumir a las visitas. Habrá alguna vitrina para los recuerdos de bautizos, bodas y hasta funerales. Luego se tiene el comedor, donde siempre se encuentra alguna fruta para tomar. 


Cuántos de nosotros no crecimos en esas casas viejas junto a un montón de historias por contarnos. Donde generación tras generación ha compartido la vida, desde lo bueno, lo malo a lo peor. Un lugar nuclear de reunión para nuestras familias. Qué seríamos sin aquellas casas abarrotadas de las visiones del pasado. Haciéndonos saber que hubo algo más, desde donde se ha construido lo que somos. Son los lugares por los que siempre pasaremos y a pesar del tiempo algo sentirá el corazón. 


Aquellas casas viejas que atestiguan la plática vespertina con el vecino. Igualmente, guardan las pisadas y las pláticas de tantas personas. A esas casas siempre tendré una razón para volver y si no vuelvo es porque alguien se robó mi memoria.

 

 

 

“La pipitilla”

En todas las familias se tiende a crear un lenguaje común, íntimo y que solo se entiende mientras se tenga el contexto. Pueden ser desde bromas, dichos y palabras. En mi caso, vengo de la frontera, mi familia materna tiene una palabra especial, desde tiempos de mis bisabuelos, para todas aquellas cosas que nos enviaban los familiares de El Paso, Texas. A la ropa, juguetes y muebles traídos desde el norte del río Bravo le llamamos “pipitilla”


Si buscamos en internet se puede encontrar que el término se utiliza para nombrar una enfermedad de las gallinas, pero por otro lado, se usa para describir a alguien que no tiene habilidades para llevar a cabo su trabajo. 


Mi bisabuelo Fausto probablemente me hubiera respondido certeramente mi duda sobre el origen de dicha palabra. Usada en un claro tono burlesco para esos objetos de segunda mano que llegaban a Juárez, es una palabra que ha perdurado cuatro generaciones. Eso me demuestra que hay palabras que ni la muerte o el viento acaba con ellas. La “pipitilla” ya es parte de mi herencia.

 

Mi barrio

En Ciudad Juárez yo vivo en una colonia conocida como Ex Hipódromo, pegada a la Melchor Ocampo y al Barreal. Es uno de los barrios antiguos de la ciudad, donde algunas casas guardan un estilo muy diferente a los nuevos y modernos fraccionamientos. Es una colonia muy tradicional, en el sentido de tener aún sus establecimientos de la economía local y familiar: abarrotes, panadería o ferretería. 


Un lugar tranquilo, el cual cada que vuelvo me da la bienvenida con esas calles de toda la vida. Se siente como si el tiempo de pronto no pasara por ahí. Un espacio que te hace saber es un hogar en todo su conjunto. Qué dicha la mía de poder visitar la misma tortillera de hace quince años o ya saberme los atajos para llegar a la peluquería que conozco desde niño.


Los cambios son notorios, pues cada vez menos adultos mayores salen por las tardes de verano a platicar con los vecinos. Algunos lotes baldíos se convirtieron en conjuntos departamentales y hay un relevo generacional. Ciclos naturales de la vida. No obstante, espero nunca dejar de sentirlo tan propio, cercano y acogedor como esta vez lo encuentro a mi regreso. En el momento que ya no lo sienta así sabré que el tiempo habrá pasado y pesado.


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