Cuántos de nosotros no crecimos en esas casas viejas junto a un montón de historias por contarnos. Donde generación tras generación ha compartido la vida, desde lo bueno, lo malo a lo peor. Un lugar nuclear de reunión para nuestras familias. Qué seríamos sin aquellas casas abarrotadas de las visiones del pasado. Haciéndonos saber que hubo algo más, desde donde se ha construido lo que somos. Son los lugares por los que siempre pasaremos y a pesar del tiempo algo sentirá el corazón.
Para mi Bila
Aquellas casas viejas
Uno de esos lugares que detona los recuerdos es, sin duda la casa de nuestros abuelos y abuelas. Hace meses que me encontraba fuera de mi ciudad, por lo que volver a pasar por aquella fachada, donde la infancia fue un lugar feliz, me hizo darme cuenta de lo valiosas que son esas casas. Resguardando, no solo nuestra historia, sino la de toda una familia.
En general son casas
chaparritas, de un solo piso, con colores particulares que llaman la atención
de la vista. De un estilo clásico de los barrios antiguos, como “La Chaveña” o “el
Barreal”, que les dicen chorizos por ser más largas que anchas. Construidas de
ladrillo y con sus ventanas amplias para que entre la luz del sol. Una junto a
la otra se encuentran, formando nuestras colonias primigenias.
Entrar por estas fechas a
alguna de ellas significa encontrar los tradicionales nacimientos, con un
montón de piezas acomodadas en la sala para presumir a las visitas. Habrá
alguna vitrina para los recuerdos de bautizos, bodas y hasta funerales. Luego
se tiene el comedor, donde siempre se encuentra alguna fruta para tomar.
Cuántos de nosotros no
crecimos en esas casas viejas junto a un montón de historias por contarnos.
Donde generación tras generación ha compartido la vida, desde lo bueno, lo malo
a lo peor. Un lugar nuclear de reunión para nuestras familias. Qué seríamos sin
aquellas casas abarrotadas de las visiones del pasado. Haciéndonos saber que
hubo algo más, desde donde se ha construido lo que somos. Son los lugares por
los que siempre pasaremos y a pesar del tiempo algo sentirá el corazón.
Aquellas casas viejas que
atestiguan la plática vespertina con el vecino. Igualmente, guardan las pisadas
y las pláticas de tantas personas. A esas casas siempre tendré una razón para
volver y si no vuelvo es porque alguien se robó mi memoria.
“La pipitilla”
En todas las familias se
tiende a crear un lenguaje común, íntimo y que solo se entiende mientras se
tenga el contexto. Pueden ser desde bromas, dichos y palabras. En mi caso,
vengo de la frontera, mi familia materna tiene una palabra especial, desde
tiempos de mis bisabuelos, para todas aquellas cosas que nos enviaban los
familiares de El Paso, Texas. A la ropa, juguetes y muebles traídos desde el
norte del río Bravo le llamamos “pipitilla”.
Si buscamos en internet se
puede encontrar que el término se utiliza para nombrar una enfermedad de las gallinas,
pero por otro lado, se usa para describir a alguien que no tiene habilidades
para llevar a cabo su trabajo.
Mi bisabuelo Fausto
probablemente me hubiera respondido certeramente mi duda sobre el origen de
dicha palabra. Usada en un claro tono burlesco para esos objetos de segunda
mano que llegaban a Juárez, es una palabra que ha perdurado cuatro
generaciones. Eso me demuestra que hay palabras que ni la muerte o el viento
acaba con ellas. La “pipitilla” ya es parte de mi herencia.
Mi barrio
En Ciudad Juárez yo vivo en una colonia conocida como Ex Hipódromo, pegada a la Melchor Ocampo y al Barreal. Es uno de los barrios antiguos de la ciudad, donde algunas casas guardan un estilo muy diferente a los nuevos y modernos fraccionamientos. Es una colonia muy tradicional, en el sentido de tener aún sus establecimientos de la economía local y familiar: abarrotes, panadería o ferretería.
Un lugar tranquilo, el cual
cada que vuelvo me da la bienvenida con esas calles de toda la vida. Se siente
como si el tiempo de pronto no pasara por ahí. Un espacio que te hace saber es
un hogar en todo su conjunto. Qué dicha la mía de poder visitar la misma
tortillera de hace quince años o ya saberme los atajos para llegar a la
peluquería que conozco desde niño.
Los cambios son notorios,
pues cada vez menos adultos mayores salen por las tardes de verano a platicar
con los vecinos. Algunos lotes baldíos se convirtieron en conjuntos
departamentales y hay un relevo generacional. Ciclos naturales de la vida. No
obstante, espero nunca dejar de sentirlo tan propio, cercano y acogedor como
esta vez lo encuentro a mi regreso. En el momento que ya no lo sienta así sabré
que el tiempo habrá pasado y pesado.