Quienes adoptamos animales, en especial aquellos en situación vulnerable, sostenemos una relación que implica paciencia, responsabilidad y afecto incondicional...
Antes de que amanezca, suena mi
peculiar despertador: escucho en lo más profundo de mis sueños, unas patitas
ligeras que recorren mi cuarto hasta llegar a mi cama. Manchas, mi perrita
mestiza adoptada, se acerca sigilosamente, me observa y espera con paciencia a
que abra los ojos. Su rutina, aunque sencilla, nos recuerda el fuerte vínculo
profundo y antiguo que se ha forjado entre humanos y animales. Hoy en día,
convivir con una mascota es algo común, sin embargo, está actividad cotidiana
está enraizada a una larga y cambiante historia que proyecta transformaciones
de índole social, económica y cultural.
El cuidado de una mascota, no era una
práctica frecuente en épocas anteriores, pocas personas tenían un animal a su
cargo. Únicamente los utilizaban para sus labores como: compañeros de caza, guardianes o medios de
transporte, la tendencia de animales "por amor" es muy reciente. Por
ejemplo, en Mesoamérica, los perros tenían múltiples significados, eran guías
de los muertos, compañía espiritual y alimento en ciertas ocasiones; su
presencia era cotidiana, pero no bajo la lógica actual del
"perrhijo".
Durante la Edad Media en Europa,
tener animales dentro del hogar era una práctica que solía reservarse a nobles
o clérigos, algunos monjes tenían gatos controladores de plagas en los
monasterios, mientras que las cortes europeas criaban perros pequeños como
símbolo de estatus. Fue hasta el siglo XIX con el auge de la burguesía urbana y
el surgimiento de la vida doméstica, que las mascotas empezaron a formar parte
integral de las familias.
En México, la historia del cuidado de
mascotas se entreteje con los procesos de urbanización y modernización. A
medida que más personas se trasladaron a las ciudades, el espacio para tener
animales grandes disminuyó, y las mascotas pequeñas se volvieron más populares.
A la par, el discurso sobre el “bienestar animal” fue tomando fuerza, influido
por movimientos internacionales, la creación de asociaciones protectoras, la
legislación sobre maltrato y el surgimiento de clínicas veterinarias reflejan
esta transformación: los animales dejaron de ser “cosas” para convertirse en
“sujetos de cuidado”.
Prácticas como la alimentación
natural, mantener un control veterinario, comprarles juguetes o incluso
celebrarles cumpleaños, hablan de una nueva etapa sobre la historia de la
domesticación. También muestran desigualdades, no todos los hogares pueden permitirse
estos cuidados; muchas veces, el acceso a salud veterinaria básica depende de
la ubicación, el ingreso o el nivel educativo.
Sin embargo, más allá del consumo,
cuidar a una mascota también puede entenderse como una forma de construir
comunidad y memoria. Quienes adoptamos animales, en especial aquellos en
situación vulnerable, sostenemos una relación que implica paciencia,
responsabilidad y afecto incondicional. En tiempos difíciles —como la reciente
pandemia de COVID-19—, muchas personas encontraron en sus mascotas consuelo,
rutina y compañía. La historia de ese lazo también se está escribiendo hoy.
Observar a Manchas mientras duerme
plácidamente junto a sus hermanas me recuerda que el cuidado, aunque parezca
simple o rutinario, está cargado de sentido. Es un acto que se entrelaza con
los cambios históricos de cómo entendemos la vida, la familia y el amor. Cuidar
a una mascota no es ina costumbre moderna, es un hilo vivo que conecta pasado y
presente, nos habla de cómo los humanos encontraron en los animales no solo
ayuda, sino un hogar compartido.