Un poco de Historia para tu vida cotidiana - El perro: el mejor amigo del ser humano desde tiempos remotos por Nordi Verónica del Rocío Enríquez Flores

Nordi Verónica del Roció Enríquez Flores (ENAH)


Quienes adoptamos animales, en especial aquellos en situación vulnerable, sostenemos una relación que implica paciencia, responsabilidad y afecto incondicional...


Antes de que amanezca, suena mi peculiar despertador: escucho en lo más profundo de mis sueños, unas patitas ligeras que recorren mi cuarto hasta llegar a mi cama. Manchas, mi perrita mestiza adoptada, se acerca sigilosamente, me observa y espera con paciencia a que abra los ojos. Su rutina, aunque sencilla, nos recuerda el fuerte vínculo profundo y antiguo que se ha forjado entre humanos y animales. Hoy en día, convivir con una mascota es algo común, sin embargo, está actividad cotidiana está enraizada a una larga y cambiante historia que proyecta transformaciones de índole social, económica y cultural.

 

El cuidado de una mascota, no era una práctica frecuente en épocas anteriores, pocas personas tenían un animal a su cargo. Únicamente los utilizaban para sus labores como:  compañeros de caza, guardianes o medios de transporte, la tendencia de animales "por amor" es muy reciente. Por ejemplo, en Mesoamérica, los perros tenían múltiples significados, eran guías de los muertos, compañía espiritual y alimento en ciertas ocasiones; su presencia era cotidiana, pero no bajo la lógica actual del "perrhijo".


Durante la Edad Media en Europa, tener animales dentro del hogar era una práctica que solía reservarse a nobles o clérigos, algunos monjes tenían gatos controladores de plagas en los monasterios, mientras que las cortes europeas criaban perros pequeños como símbolo de estatus. Fue hasta el siglo XIX con el auge de la burguesía urbana y el surgimiento de la vida doméstica, que las mascotas empezaron a formar parte integral de las familias.

 

En México, la historia del cuidado de mascotas se entreteje con los procesos de urbanización y modernización. A medida que más personas se trasladaron a las ciudades, el espacio para tener animales grandes disminuyó, y las mascotas pequeñas se volvieron más populares. A la par, el discurso sobre el “bienestar animal” fue tomando fuerza, influido por movimientos internacionales, la creación de asociaciones protectoras, la legislación sobre maltrato y el surgimiento de clínicas veterinarias reflejan esta transformación: los animales dejaron de ser “cosas” para convertirse en “sujetos de cuidado”.


Prácticas como la alimentación natural, mantener un control veterinario, comprarles juguetes o incluso celebrarles cumpleaños, hablan de una nueva etapa sobre la historia de la domesticación. También muestran desigualdades, no todos los hogares pueden permitirse estos cuidados; muchas veces, el acceso a salud veterinaria básica depende de la ubicación, el ingreso o el nivel educativo.

 

Sin embargo, más allá del consumo, cuidar a una mascota también puede entenderse como una forma de construir comunidad y memoria. Quienes adoptamos animales, en especial aquellos en situación vulnerable, sostenemos una relación que implica paciencia, responsabilidad y afecto incondicional. En tiempos difíciles —como la reciente pandemia de COVID-19—, muchas personas encontraron en sus mascotas consuelo, rutina y compañía. La historia de ese lazo también se está escribiendo hoy.


Observar a Manchas mientras duerme plácidamente junto a sus hermanas me recuerda que el cuidado, aunque parezca simple o rutinario, está cargado de sentido. Es un acto que se entrelaza con los cambios históricos de cómo entendemos la vida, la familia y el amor. Cuidar a una mascota no es ina costumbre moderna, es un hilo vivo que conecta pasado y presente, nos habla de cómo los humanos encontraron en los animales no solo ayuda, sino un hogar compartido.












 







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