Crónicas por la Historia - Tauromaquia; ni arte, ni deporte, ni cultura por Alejandro Valdés Pérez

Alejandro Valdés Pérez (UACM)

La lucha entre la preservación de las tradiciones y la ética animal ha estado presente a lo largo de los siglos en torno a las corridas de toros en la Ciudad de México...

Hace pocos meses se oficializó la prohibición de las corridas de toros con violencia en la Ciudad de México. Este hecho refleja un acontecimiento importante por dejar atrás una práctica tradicional, aunque no es la primera vez que se intenta eliminar la tauromaquia, especialmente en la Ciudad de México. Pero ¿Desde cuándo se ha intentado prohibir esta actividad? Para contextualizar, es necesario entender el origen de la palabra tauromaquia, que proviene del griego: tauros (toro) y maxe (combate).


La tauromaquia llegó al Virreinato en el siglo XVI, después de la conquista española. Estamos hablando del siglo XVI. México, aún no existía. Y tras la caída de Tenochtitlán, Hernán Cortés introdujo esta práctica en la Nueva España.


De hecho, algunos registros históricos indican que la primera corrida de toros tuvo lugar el 24 de junio de 1526 en la Plaza del Marqués, como homenaje al propio Hernán Cortés. Tres años después, en 1529, las autoridades virreinales legalizaron esta práctica mediante un decreto que dictaba que cada 11 de agosto, en honor a la fiesta de San Hipólito, debían celebrarse corridas con siete toros, de los cuales dos serían sacrificados. Además, estas actividades sirvieron para conmemorar el nombramiento del primer virrey de la Nueva España, Antonio Mendoza, en 1535.


Con el tiempo, la tauromaquia se consolidó como una tradición cultural importada y arraigada en México. Sin embargo, al paso de los años perdió sentido en su forma original y comenzó a ser vista más como un espectáculo violento, promoviendo diversas iniciativas para abolirla.


Contexto internacional. En 1567, el papa San Pío V publicó un decreto conocido como De salutis gregis dominici, donde planteó la excomunión a cualquier autoridad civil o religiosa que permitiera la celebración de corridas de toros.


Incluso los propios reyes Carlos III y Carlos IV de España, entre 1785 y 1805, intentaron prohibir estas fiestas taurinas en España, aunque sus esfuerzos no prosperaron.


En México, pese a los cambios políticos y sociales que marcaron su historia, la práctica continuó. Después de la Guerra de Independencia y durante los primeros años del México Independiente, hubo un intento significativo por poner fin a las corridas.


Con el término del Segundo Imperio con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, Tomas Mejía y Miguel Miramón en Querétaro y el regreso triunfal de Benito Juárez a la capital, el 28 noviembre de 1867 se promulgó la Ley de Dotación del Fondo Municipal de México. En su artículo 87, prohibía explícitamente las corridas de toros al no considerarlas apropiadas como entretenimiento público. Además, Juárez expresó su rechazo a cualquier espectáculo que implicara el sufrimiento de animales o el goce humano derivado del dolor de cualquier ser vivo.


Sin embargo, después de la muerte de Benito Juárez el 18 de julio de 1872, estas disposiciones fueron revertidas. En diciembre de 1876, el Congreso restauró la práctica taurina en México. Más adelante, durante el primer gobierno de Porfirio Díaz, hubo intentos por restringir de nuevo las corridas en el Distrito Federal y otras regiones del país, buscando alinearse con los ideales de las naciones industrializadas. A pesar de estos primeros intentos, Díaz mantuvo su afición personal por la tauromaquia hasta que levantó la prohibición para permitir su regreso oficial en 1888.


El inicio de la Revolución Mexicana en 1910 marcó el fin del porfiriato y dio paso a un nuevo capítulo en la historia de México. Venustiano Carranza, quien asumió el mando del Ejecutivo tras la renuncia de Victoriano Huerta en 1914, firmó un decreto el 7 de octubre de 1916 que prohibía las corridas de toros en el Distrito Federal.


En ese contexto, consideraba que la Revolución debía promover la educación y cultura en la población, incentivando sentimientos altruistas y elevando su nivel moral. Para ello, era crucial establecer escuelas que no solo impartieran conocimiento, sino que también fomentaran la educación física, moral y estética. El objetivo principal era elevar la moral colectiva mientras se eliminaban los obstáculos que impedían civilizar al pueblo. Entre esos obstáculos, la tauromaquia fue señalada como uno de los principales problemas.


Carranza argumentó que la tauromaquia representaba un factor clave en el atraso del país por cuatro razones:  1) Exponer innecesariamente la vida humana, 2) Fomentar sentimientos sanguinarios, 3) Infligir tortura injustificada a los toros. Aunque estos no eran considerados sujetos de derechos por sí mismos, su tratamiento formaba parte de las responsabilidades morales del ser humano, 4) Generar un impacto social negativo, especialmente entre las clases más bajas.


El decreto fue publicado el 11 de octubre de 1916 en el Diario Oficial y desató una ola de protestas entre empresarios y aficionados a los toros. Esto representó para Carranza una confrontación política significativa y generó un costo considerable en términos de apoyo popular. Pese a la promulgación de la ley, las corridas de toros continuaron clandestinamente en distintas regiones del país. Ante esta situación, el tema volvió a ser discutido y el 3 de diciembre de 1919, el Congreso revocó la prohibición en el Distrito Federal.


Tras esta decisión, el Congreso envió al Ejecutivo el proyecto para formalizar dicha revocación, esperando su aprobación el 7 de mayo de 1920. Pero Carranza se negó a firmarlo. Ante esto, el 11 de mayo de 1920, el gobernador del Distrito Federal reinstalo las corridas de toros. 10 días después, Venustiano Carranza es asesinado el 21 de mayo de 1920 en Tlaxcalantongo, Puebla.


Pasarían muchos años para volver a poner sobre la mesa el debate acerca de la prohibición de las corridas de toros en la Ciudad de México. En estados como Sonora (2013), Guerrero (2014), Coahuila (2015), Quintana Roo (2019) y Sinaloa (2022), estas prácticas ya habían sido prohibidas, pero la repercusión no tuvo la misma magnitud que en el caso de la capital.


Por un lado, los defensores del espectáculo taurino argumentan que otras manifestaciones que involucran a los animales también deberían ser prohibidas antes que las corridas, defendiendo que estas son una expresión cultural que forma parte del arte. Señalan que existen múltiples obras, como pinturas y esculturas, que retratan el arte taurino, y consideran que esta práctica aporta identidad a la cultura.


Por otro lado, los activistas justifican que, aunque las tradiciones culturales sean importantes, hay prácticas consideradas "buenas" y "malas". En este sentido, clasifican la tauromaquia como una tradición negativa que carece de legitimidad ética o social. Argumentan además que los defensores de las corridas perpetúan la idea de no prohibir las corridas al presentarlas como arte e identidad cultural.


Sin embargo, la UNESCO ha rechazado considerar a la tauromaquia como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, lo que refuerza los argumentos contrarios a esta práctica al no cumplir con los criterios para ser catalogada dentro de las Bellas Artes. Aunque existen manifestaciones artísticas inspiradas en la tauromaquia, como pinturas, música y esculturas, esto no convierte a las corridas en arte propiamente dicho. De hecho, estas expresiones también han sido utilizadas para mostrar aspectos oscuros y violentos de la naturaleza humana.


En una publicación del diario El País del 30 de marzo de este año, se realizó una encuesta sobre si la fiesta brava representa una expresión cultural o constituye un acto de crueldad animal. Dicha encuesta, evidenció el rechazo significativo hacia las corridas de toros. Entre el 77% y el 82% del grupo encuestado, cuyos integrantes tienen entre 18 y 34 años, se expresó en contra de dichas prácticas. Del total, un 77% corresponde a mujeres. Asimismo, entre el 75% y el 76% del mismo rango etario están a favor de su prohibición cuando involucran a los animales, incluyendo matar al toro o emplear objetos punzocortantes. En contraste, un 50% de la población entre 55 y 64 años mostró su desacuerdo con prohibir esta tradición.


En 2022, un grupo defensor de derechos humanos logró suspender las corridas en la Ciudad de México. Sin embargo, el Poder Judicial revocó esa decisión, permitiendo su regreso en 2024. Posteriormente, el 18 de marzo de 2025, el Congreso de la Ciudad de México aprobó la propuesta para prohibir las corridas de toros con violencia en la capital. Mientras los defensores de la tauromaquia reaccionaron violentamente en contra de la ciudadanía, los activistas a favor de los derechos animales celebraron esta decisión histórica.


No obstante, quedan ciertas preguntas abiertas: ¿Cómo se desarrollará ahora esta práctica sin recurrir a la violencia? ¿Qué motivó a la Ciudad de México a no seguir el ejemplo de los otros cinco estados donde se implementó una prohibición total? Y finalmente, ¿Qué impacto tendrá esto en el futuro próximo?


Para finalizar, ¿Recuerdan al toro que en 2006 corrió y saltó hacia las gradas de la Plaza México, fracturándole la pelvis a un periodista de Yucatán? Tras este desafortunado incidente, el periodista y empresario no sobrevivió al año siguiente. Este hecho marcó un punto de inflexión e impulsó el debate sobre la continuidad de esta práctica.


Como pudimos observar, esta cronología demuestra cómo la lucha entre la preservación de las tradiciones y la ética animal ha estado presente a lo largo de los siglos en torno a las corridas de toros en la Ciudad de México. Aunque iniciativas recientes como las adoptadas en la Ciudad de México avanzan hacia su erradicación, este tema aún sigue siendo un debate en el aspecto político, cultural y social.


 

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