La lucha entre la preservación de las tradiciones y la ética animal ha estado presente a lo largo de los siglos en torno a las corridas de toros en la Ciudad de México...
Hace pocos
meses se oficializó la prohibición de las corridas de toros con violencia en la
Ciudad de México. Este hecho refleja un acontecimiento importante por dejar
atrás una práctica tradicional, aunque no es la primera vez que se intenta
eliminar la tauromaquia, especialmente en la Ciudad de México. Pero ¿Desde
cuándo se ha intentado prohibir esta actividad? Para contextualizar, es
necesario entender el origen de la palabra tauromaquia, que proviene del
griego: tauros (toro) y maxe (combate).
La
tauromaquia llegó al Virreinato en el siglo XVI, después de la conquista
española. Estamos hablando del siglo XVI. México, aún no existía. Y tras la
caída de Tenochtitlán, Hernán Cortés introdujo esta práctica en la Nueva
España.
De
hecho, algunos registros históricos indican que la primera corrida de toros
tuvo lugar el 24 de junio de 1526 en la Plaza del Marqués, como homenaje al
propio Hernán Cortés. Tres años después, en 1529, las autoridades virreinales
legalizaron esta práctica mediante un decreto que dictaba que cada 11 de
agosto, en honor a la fiesta de San Hipólito, debían celebrarse corridas con
siete toros, de los cuales dos serían sacrificados. Además, estas actividades
sirvieron para conmemorar el nombramiento del primer virrey de la Nueva España,
Antonio Mendoza, en 1535.
Con
el tiempo, la tauromaquia se consolidó como una tradición cultural importada y
arraigada en México. Sin embargo, al paso de los años perdió sentido en su
forma original y comenzó a ser vista más como un espectáculo violento,
promoviendo diversas iniciativas para abolirla.
Contexto
internacional. En 1567, el papa San Pío V publicó un decreto conocido como De salutis gregis dominici, donde
planteó la excomunión a cualquier autoridad civil o religiosa que permitiera la
celebración de corridas de toros.
Incluso
los propios reyes Carlos III y Carlos IV de España, entre 1785 y 1805,
intentaron prohibir estas fiestas taurinas en España, aunque sus esfuerzos no
prosperaron.
En
México, pese a los cambios políticos y sociales que marcaron su historia, la
práctica continuó. Después de la Guerra de Independencia y durante los primeros
años del México Independiente, hubo un intento significativo por poner fin a
las corridas.
Con
el término del Segundo Imperio con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo,
Tomas Mejía y Miguel Miramón en Querétaro y el regreso triunfal de Benito
Juárez a la capital, el 28 noviembre de 1867 se promulgó la Ley de Dotación del Fondo Municipal de
México. En su artículo 87, prohibía explícitamente las corridas de toros al
no considerarlas apropiadas como entretenimiento público. Además, Juárez
expresó su rechazo a cualquier espectáculo que implicara el sufrimiento de
animales o el goce humano derivado del dolor de cualquier ser vivo.
Sin
embargo, después de la muerte de Benito Juárez el 18 de julio de 1872, estas
disposiciones fueron revertidas. En diciembre de 1876, el Congreso restauró la
práctica taurina en México. Más adelante, durante el primer gobierno de
Porfirio Díaz, hubo intentos por restringir de nuevo las corridas en el
Distrito Federal y otras regiones del país, buscando alinearse con los ideales
de las naciones industrializadas. A pesar de estos primeros intentos, Díaz
mantuvo su afición personal por la tauromaquia hasta que levantó la prohibición
para permitir su regreso oficial en 1888.
El
inicio de la Revolución Mexicana en 1910 marcó el fin del porfiriato y dio paso
a un nuevo capítulo en la historia de México. Venustiano Carranza, quien asumió
el mando del Ejecutivo tras la renuncia de Victoriano Huerta en 1914, firmó un
decreto el 7 de octubre de 1916 que prohibía las corridas de toros en el
Distrito Federal.
En
ese contexto, consideraba que la Revolución debía promover la educación y
cultura en la población, incentivando sentimientos altruistas y elevando su
nivel moral. Para ello, era crucial establecer escuelas que no solo impartieran
conocimiento, sino que también fomentaran la educación física, moral y
estética. El objetivo principal era elevar la moral colectiva mientras se
eliminaban los obstáculos que impedían civilizar al pueblo. Entre esos
obstáculos, la tauromaquia fue señalada como uno de los principales problemas.
Carranza
argumentó que la tauromaquia representaba un factor clave en el atraso del país
por cuatro razones: 1) Exponer innecesariamente la vida humana, 2) Fomentar sentimientos sanguinarios, 3) Infligir tortura injustificada a los toros. Aunque estos no eran
considerados sujetos de derechos por sí mismos, su tratamiento formaba parte de
las responsabilidades morales del ser humano, 4) Generar un impacto social negativo, especialmente entre las clases
más bajas.
El
decreto fue publicado el 11 de octubre de 1916 en el Diario Oficial y desató
una ola de protestas entre empresarios y aficionados a los toros. Esto
representó para Carranza una confrontación política significativa y generó un
costo considerable en términos de apoyo popular. Pese a la promulgación de la
ley, las corridas de toros continuaron clandestinamente en distintas regiones
del país. Ante esta situación, el tema volvió a ser discutido y el 3 de
diciembre de 1919, el Congreso revocó la prohibición en el Distrito Federal.
Tras esta decisión, el Congreso envió al Ejecutivo el proyecto para formalizar dicha revocación, esperando su aprobación el 7 de mayo de 1920. Pero Carranza se negó a firmarlo. Ante esto, el 11 de mayo de 1920, el gobernador del Distrito Federal reinstalo las corridas de toros. 10 días después, Venustiano Carranza es asesinado el 21 de mayo de 1920 en Tlaxcalantongo, Puebla.
Pasarían
muchos años para volver a poner sobre la mesa el debate acerca de la
prohibición de las corridas de toros en la Ciudad de México. En estados como
Sonora (2013), Guerrero (2014), Coahuila (2015), Quintana Roo (2019) y Sinaloa
(2022), estas prácticas ya habían sido prohibidas, pero la repercusión no tuvo
la misma magnitud que en el caso de la capital.
Por
un lado, los defensores del espectáculo taurino argumentan que otras
manifestaciones que involucran a los animales también deberían ser prohibidas
antes que las corridas, defendiendo que estas son una expresión cultural que
forma parte del arte. Señalan que existen múltiples obras, como pinturas y
esculturas, que retratan el arte taurino, y consideran que esta práctica aporta
identidad a la cultura.
Por
otro lado, los activistas justifican que, aunque las tradiciones culturales
sean importantes, hay prácticas consideradas "buenas" y
"malas". En este sentido, clasifican la tauromaquia como una
tradición negativa que carece de legitimidad ética o social. Argumentan además
que los defensores de las corridas perpetúan la idea de no prohibir las
corridas al presentarlas como arte e identidad cultural.
Sin
embargo, la UNESCO ha rechazado considerar a la tauromaquia como Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad, lo que refuerza los argumentos contrarios a esta
práctica al no cumplir con los criterios para ser catalogada dentro de las
Bellas Artes. Aunque existen manifestaciones artísticas inspiradas en la
tauromaquia, como pinturas, música y esculturas, esto no convierte a las
corridas en arte propiamente dicho. De hecho, estas expresiones también han
sido utilizadas para mostrar aspectos oscuros y violentos de la naturaleza
humana.
En
una publicación del diario El País
del 30 de marzo de este año, se realizó una encuesta sobre si la fiesta brava
representa una expresión cultural o constituye un acto de crueldad animal.
Dicha encuesta, evidenció el rechazo significativo hacia las corridas de toros.
Entre el 77% y el 82% del grupo encuestado, cuyos integrantes tienen entre 18 y
34 años, se expresó en contra de dichas prácticas. Del total, un 77%
corresponde a mujeres. Asimismo, entre el 75% y el 76% del mismo rango etario
están a favor de su prohibición cuando involucran a los animales, incluyendo
matar al toro o emplear objetos punzocortantes. En contraste, un 50% de la
población entre 55 y 64 años mostró su desacuerdo con prohibir esta tradición.
En
2022, un grupo defensor de derechos humanos logró suspender las corridas en la
Ciudad de México. Sin embargo, el Poder Judicial revocó esa decisión,
permitiendo su regreso en 2024. Posteriormente, el 18 de marzo de 2025, el
Congreso de la Ciudad de México aprobó la propuesta para prohibir las corridas
de toros con violencia en la capital. Mientras los defensores de la tauromaquia
reaccionaron violentamente en contra de la ciudadanía, los activistas a favor
de los derechos animales celebraron esta decisión histórica.
No
obstante, quedan ciertas preguntas abiertas: ¿Cómo se desarrollará ahora esta
práctica sin recurrir a la violencia? ¿Qué motivó a la Ciudad de México a no
seguir el ejemplo de los otros cinco estados donde se implementó una
prohibición total? Y finalmente, ¿Qué impacto tendrá esto en el futuro próximo?
Para
finalizar, ¿Recuerdan al toro que en 2006 corrió y saltó hacia las gradas de la
Plaza México, fracturándole la pelvis a un periodista de Yucatán? Tras este
desafortunado incidente, el periodista y empresario no sobrevivió al año
siguiente. Este hecho marcó un punto de inflexión e impulsó el debate sobre la
continuidad de esta práctica.