Ser críticos, respetuosos y describir la realidad que nos rodea, más allá de la pasión, para poder explicar cómo se ha transformado.
En la última década
la cultura japonesa ha encontrado un buen nicho de mercado en nuestro país,
cada día se difunden exposiciones de arte, música y cine nipón que se han
popularizado gracias a la Fundación Japón en México, organización que depende
directamente del gobierno japonés y en poco más de media centuria ha logrado
tener presencia en 24 países, incluido México, cuya presencia político-cultural
se ha explorado a través del famoso “soft power” ya que atrae el turismo y la
derrama económica, el cual se estudia desde la geopolítica internacional.
Pero más allá de los rasgos socio políticos que implica la presencia
japonesa en diversos países la pregunta que nos atañe responder es ¿Cómo y por
qué Japón está tan presente en México?
Históricamente hablando, Japón y México comparten una historia de más de
400 años, iniciada en 1609, cuando México aún no existía como país
independiente y a lo largo del periodo “Sakoku” en el cual Japón cerró sus
fronteras, pero cuya presencia comercial prevaleció. Finalmente, las relaciones
e intercambios políticos, sociales y culturales se consolidaron en 1888 con la
firma del tratado de amistad comercio y navegación en condiciones de igualdad
entre ambos países.
Lo interesante es que, a lo largo de estos 400 años, Japón fascinó la mente
de escritores y viajeros que el día de hoy categorizamos como “japonistas”. El término “japonista” se utiliza para
referirse a aquella persona que se cultiva, estudia y conoce el arte, la
cultura, la historia y a la sociedad japonesa, el cual deriva del concepto
“japonismo” acuñado en 1872 por Jules Claretie y que tenía como objetivo
describir la influencia del arte japonés en occidente.
Pero si bien, los conceptos
“japonismo” y “japonista” surgen formalmente en el siglo XIX, lo cierto es que
desde aquel primer contacto en 1609 el propio Rodrigo de Vivero en su crónica,
enlista los objetos que hasta la fecha nos cautivan: Los kimonos, las Katanas y
la comida, particularmente el sake; mismos que llamarían la atención de
múltiples viajeros a lo largo del siglo XIX.
Posteriormente, a inicios del siglo
XX, José Juan Tablada en su crónica “En el país del sol” reflejaría también su
pasión por la cultura japonesa. Muchas de sus descripciones están atravesadas
por el velo de la pasión, por lo cual están llenas de descripciones hermosas de
un país mágico que el propio autor fue a buscar, característica muy común en
las crónicas del periodo.
Sin embargo, eso no quiere decir que el Japón descrito por los cronistas
sea el Japón real, y ahí esta la lección. La misma crítica que le hago a Tablada,
me la hago a mi mismo, como Otaku declarado y “japonista” señalado. Como
persona que creció viendo anime, el cual llegó a México entre 1980 y 1990, debo
hacer una invitación a los jóvenes que buscan estudiar la cultura japonesa.
Si bien, hasta aquí he descrito que la fascinación por conocer Japón tiene
ramificaciones sociales, políticas y culturales, siempre debemos tener cuidado
y utilizar las herramientas de la historia. Ser críticos, respetuosos y
describir la realidad que nos rodea, más allá de la pasión, para poder explicar
cómo se ha transformado.
En ese sentido, debemos explicar los diversos imaginarios que se han creado
alrededor de Japón, mismos que tienen una explicación histórica. El primero es
aquel que occidente ha construido del país nipón, con sus respectivos asegunes.
El segundo es aquel que el propio Japón ha construido de sí mismo para
occidente. Y el tercero se refiere a la identidad que su comunidad ha
construido para sí misma, es decir Japón vista desde Japón.
Entendiendo esto, podemos estudiar históricamente la fascinación que
despierta el país del sol naciente en nosotros y comprender, a través del
pensamiento crítico, que estos imaginarios son construcciones humanas y por lo
tanto, se modifican constantemente.