Mares de Tinta - El colibrí en la ventana por Ana Paulina Unzueta Hernández




Él se había ido unos días antes, preferí olvidar la hora y el lugar, pero no podía evitar recordar esa ausencia y el frío de una casa sola, la carencia de unos buenos días y unas buenas noches, la eterna agonía de una rutina con lo ausente.

Una lluviosa noche se avecinaba, era junio y un huracán había tocado las costas de Veracruz: “Se activa alerta naranja, por la llegada a tierra de Emma, los mantendremos informados” esto se escuchaba y se leía constantemente. Debo de sincerarme, viviendo en un pequeño pueblo muy situado al centro del país, no me preocupaban las tempestades de un fenómeno natural, pero algo aprendí: El mundo seguía con todo y sus desgracias… ¿Quién se acordaría de todas las vidas perdidas por Emma? ¿A quién, exceptuándome, le importaría mi pérdida? Un huracán en puerta y a mí no me importaba si la casa se inundaba a consecuencia de las fuertes lluvias.


Él se había ido unos días antes, preferí olvidar la hora y el lugar, pero no podía evitar recordar esa ausencia y el frío de una casa sola, la carencia de unos buenos días y unas buenas noches, la eterna agonía de una rutina con lo ausente. Sin mucha precaución, me fui a dormir, como era de esperarse oí durante toda la noche el agua cayendo a cántaros del cielo, relámpagos y truenos, acompañado de vientos infernales, fue terrible… Nunca había sentido tanto miedo, después de varias horas logré conciliar el sueño, el descanso fue más incómodo que reparador.


Me desperté muy temprano, limpié un poco el maquillaje restante de mis ojos, me coloqué la bata del baño y salí de mi habitación dispuesta a ver los estragos de la noche anterior. Efectivamente, lo primero que pisé al llegar a la cocina fue un charco de agua que llegaba hasta la sala de estar, quizás si debí tapar el guardapolvo. En medio de este inventario alrededor, me llegó un recordatorio que sobresaltó mi pulso:


- ¡Mi rosal! - Exclamé sobresaltada, sin cautela corrí hasta el jardín delantero, una especie de ansiedad llenó todo mi cuerpo, ese rosal era lo único que me quedaba de él. Por fortuna había sobrevivido a la tormenta, al contrario, parecía que los torrentes le favorecieron, pues las rosas estaban impregnadas de un rojo carmesí tan potente que deslumbraba.

-Estas hermosa. - Le dije mientras acariciaba una de sus hojas. Muy cerca de mi ventana, vi un pequeño colibrí que revoloteaba entre los pétalos, no era la única feliz de ver semejante belleza reflejada en unas cuantas flores.


Sin embargo, la vida se me iba poco a poquito, comencé a llorar cómo no lo había hecho las últimas noches, sentí sus manos en este rosal y un millón de recuerdos llegaron como disparos de cámara a mi mente, tantas risas, tanto amor y ahora había desaparecido todo…


- ¡Ay! ¿Podrías tener más cuidado? Tus lágrimas pueden ser fatales para algunos. - Gritó ese pequeño colibrí que se posó justo frente a mis ojos, era bellísimo con tonos rosas y verdes, volaba con elegancia, me quedé hipnotizada. - ¿Tú eres Aurora verdad?  - Preguntó buscándome la mirada.

- Así es. - Respondí.

-Te traigo un mensaje desde el mundo de los muertos, hace muchos siglos me designaron la tarea de ser la voz de todas las almas que así lo requieran, me llaman el ave errante y hoy vengo contigo, para que me escuches atenta. Te hablo en nombre de Alonso: Él está muy preocupado por ti, le dolió irse de esta manera dejándote sola y con el corazón en trizas, pero entendió que su tiempo había terminado, aun así, la ilusión de formar su hogar contigo no la perderá, ni más allá de la muerte. Dice que tienes mucho por vivir, hizo un pacto con los ángeles para que le dijeran que llegará a ti un buen hombre, tendrás una hermosa niña y un niño muy valiente, morirás en cama con todos tus nietos tomándote la mano y cuándo llegue ese momento, Alonso vendrá por ti. También te pide algo: No le comentes nada a ese hombre que llegará a ti, para que puedas nombrar al pequeño como Alonso, así cuando lo llames, podrá escucharte a través del firmamento y sentir que se lo dices a él, como en los viejos tiempos. Por último, dice que te ama hasta el infinito y que no desperdicies tu vida, aún te queda mucho por delante.


Después de removerme hasta el alma, el pequeño colibrí se alejó, nunca volví a verlo, pero tengo la esperanza de que algún día regrese.

 

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