Hoy esos muros y esos pasillos donde caminaban los reos y donde se encuentran las antiguas crujías donde residían, hoy resguardan los documentos históricos que son considerados de gran valor histórico nacional y difunden la memoria histórica de nuestro país.
Un
palacio antiguo donde albergó la gran prisión que Porfirio Diaz inauguro en el
año de 1900. Aquella prisión más peligrosa en la Historia de México cerró sus
puertas en 1976. Tuvieron que pasar 6 años para que en 1982 se volviera a
abrir, pero ahora como la nueva casa del Archivo General de la Nación. Hoy, el
Palacio resguarda nuestra memoria histórica de nuestro país y que aún hay
tantas cosas por descubrir, y que arma este rompecabezas que conocemos como
Historia.
Inicialmente
se ha abierto un nuevo capítulo en nuestra Historia. Para empezar, uno de los
lugares que siempre considerare mi segundo hogar; no solo porque ha sido mi
camino de paso, sino porque fue mi lugar de visita y de consulta documental, y
porque viví una temporada en el campo laboral en este lugar.
Hablar
del Palacio de Lecumberri es imaginarnos y transportándonos hacia aquellas
historias de los prisioneros que estuvieron en aquel Palacio de estilo
Porfiriano. Imaginamos que cuando se habla del Palacio de Lecumberri, nos viene
a la mente esas historias que se han vivido dentro de la antigua prisión que ha
sido nombrado como el Palacio “Negro” de Lecumberri. De Pancho Villa a Valentín
Campa; de José Revueltas a Heberto Castillo; de Pepe el Toro a Juan Gabriel,
entre otros. No obstante, este lugar se ganó la fama por ser aquí el desenlace
de la Decena Trágica que termino con el asesinato de Francisco I. Madero y de
José María Pino Suarez. Tras este acontecimiento, todos han pasado por estos
pasillos que hoy son convertidos ahora en un museo, biblioteca y archivo.
Lecumberri
ha sido el símbolo de la represión, la tortura, el miedo y la violación. Su fin
como prisión termino en 1976. De hecho, recordé haber visto un documental que
paso una vez en la televisión, y era sobre los últimos días de la prisión más
peligrosa de aquella época.
Algunos
propusieron que se demoliera para dar paso a algunas unidades habitacionales
como Tlatelolco, por ejemplo. Pero por el valor histórico que pesaba más, hizo
que un grupo de historiadores, arquitectos y artistas manifestaran que se conservara.
Tuvieron que pasar 6 años para que volviera a abrir esas puertas del Palacio
Negro, para dar cabida y convertirse en la nueva casa del Archivo General de la
Nación en 1982.
Imaginamos
aquel palacio que en el siglo XX se ganó esa fama, por tener esas historias
narradas y contadas como sacadas de una película de terror sobre la antigua
prisión; aquel palacio en donde se encontraban los prisioneros ya mencionados, y
donde se encontraban los criminales y asesinos más relevantes de la época, así
como estudiantes y miembros del movimiento estudiantil de 1968 detenidos; hoy
esos muros y esos pasillos donde caminaban los reos y donde se encuentran las
antiguas crujías donde residían, hoy resguardan los documentos históricos que
son considerados de gran valor histórico nacional y difunden la memoria
histórica de nuestro país.
De ese
palacio negro que conoció la Ciudad de México en el siglo pasado, hoy solo
quedan esos recuerdos en la mente de quienes vivieron esos años; y un palacio
que hoy se conserva por fuera, pero que cambio mucho por dentro.
Particularmente
cuando entré al AGN como usuario en 2016, tuve el primer encuentro con los
documentos, echando un vistazo con ojos de investigador, veo en ellas, las
historias que quedaron escritas en las correspondencias, telegramas, notas y un
montón de material histórico; como estar escuchando una voz olvidada entre
tanto papeleo administrativo. 3 años bastarían para regresar al AGN y poder
trabajar en uno de los fondos que fueron liberados sobre cuestiones políticas y
movimientos sociales; más aparte, es una pieza del rompecabezas sobre nuestra historia
y que forma uno de los capítulos más negros en la Historia de nuestro México.
Hay tantas cosas que uno nunca sabe que se puede encontrar entre tantos archivos resguardados. Algunos pueden ser históricos; otros son testimonios de hechos narrados en diferentes épocas; otros son narraciones que relatan un pasaje o un momento; y otros que quedan plasmados en otros archivos como estampillas, vinilos, mapas, casetes o fotografías.
Ahora,
cuando voy de visita al Palacio de quien fue por tres años mi tercer hogar,
solo después de la universidad que fue mi segundo hogar, recorro entre los pasillos
y escucho aquellas anécdotas que están ocultas entre sus muros de lo que fue la
prisión de Lecumberri y que ahora acoge la memoria de nuestro país.
Para
finalizar, en aquel patio central donde estaba la antigua torreta panóptica y
que ahora es una cúpula, se refleja en ella una luz que traspasa el cristal del
centro de la cúpula e ilumina el centro de la plaza, como si fuera la luz de un
faro. Iluminando el camino hacia la historia.
Porque
al final, después de imaginarnos como fueron esas historias dentro de la
antigua prisión o las historias que vive día a día como Archivo Histórico, al
final siempre veremos una luz. Y esa luz nos iluminará en nuestro camino por la
Historia.