Muy aparte de que los claros juegos de la política peruana iban desvelando los actos de corrupción del exgobernador regional de Moquegua, Vizcarra terminaría siendo descubierto, junto a Mazetti, en una lista negra: Vacunagate.
La pandemia, como situación excepcional y de emergencia
mundial, tiene varias aristas desde las cuales plantearse cuestionamientos
morales. En estos momentos nos interesa aquella que termina siendo
representativa, aquella que nos incluye y también responsabiliza. Esta es la
moral política la cual, de una u otra manera, explica nuestra decepción ante
nuestra representación política. Y, aunque muy posiblemente muchos se están
identificando, en realidad nos situamos en el caso de Perú.
Iniciada la pandemia, pero todavía no declarada el estado de
emergencia en el Perú, podemos recordar la lentitud y cuestionabilidad con la
cual se fueron tomando algunas decisiones. Teniendo pleno conocimiento que el
Covid-19 era un virus en plena propagación y con origen externo al territorio
peruano, el cierre de fronteras se hizo esperar dos semanas desde el primer
paciente identificado. Y, si bien hoy hay estudios según los cuales identifican
esta medida como una decisión que no ayudó ni siquiera parcialmente a evitar la
propagación del virus, nuestra primera duda se origina ante la posibilidad de
que la toma de decisiones haya estado en función de ciertos intereses
económicos. Algunas aerolíneas por ahí. Aunque claramente esto no es lo más
representativo de un decaimiento moral en el Perú, sino un punto desde el cual
comenzar a preguntarnos si las decisiones tomadas estaban pensadas
verdaderamente en cada uno de los peruanos.
Las decisiones no eran fáciles. Algunas de estas solamente
eran un copia y pega de lo que se hacía en el exterior como es fácil de ver en
el clásico retraso al cual estamos acostumbrados los países tercermundistas
cuando se intenta replicar, aplicar y alcanzar los estándares, o en este caso
medidas de prevención, internacionales. Tal vez entre las más representativas
medidas extremas tuvimos el confinamiento, o “aislamiento social obligatorio”,
y más tarde una surrealista virtualidad en la educación. Podemos apuntar que
existieron otras como el cierre de fronteras, la repatriación, el trabajo
remoto, pero, a la vez, nos es posible enfatizar una de esas medidas que tuvo
un carácter discursivo interesante: la exhortación hacia la unidad nacional.
Esta medida discursiva ante la pandemia se concretó a través
de un continuo proceso de publicidad de las autoridades del momento. Martín
Vizcarra, presidente de la República del Perú, saldría en señal abierta a
comunicarse con sus conciudadanos de forma cada vez más seguida. El objetivo
era informar los aconteceres y medidas ante el contexto de la pandemia por coronavirus.
Sin embargo, a la vez el mensaje exhortaba al cumplimiento de las medidas
restrictivas. Estas al no ser cumplidas a cabalidad, demostraban un desinterés
del peruano de a pie por el colectivo. Entonces, el ataque fue frontal. Nuestro
presidente de forma directa se dirigiría a cada uno de los peruanos sin
importar las diferencias sociales, económicas y de toda índole. Esta medida fue
sin ninguna duda aplaudida por una mayoría que apoyaba a un Vizcarra con un ya
amplio grado de aceptación por decisiones políticas y confrontativas anteriores a la pandemia.
A esta imagen que reconstruimos, la de un presidente
hablando con su pueblo, se le añade la repotenciación de la marca “El Perú
primero”. Esta lograba su simbolización a través de una simple expresión: todas
las decisiones tomadas son pensadas teniendo como fin el bienestar del país,
del pueblo. Además, tenemos el discurso dado por Pilar Mazzetti, quien terminaría siendo Ministra
de Salud. La retórica manejada nos pone ante un representado estado de guerra
en el cual el enemigo es el coronavirus y nuestro bando somos cada uno de los
peruanos.
La imagen hasta ahora proyectada parece el ideal, pero la
realidad sería otra. Muy aparte de que los claros juegos de la política peruana
iban desvelando los actos de corrupción del exgobernador regional de Moquegua,
Vizcarra terminaría siendo descubierto, junto a Mazetti, en una lista negra: Vacunagate. El escándalo mediático
direccionó su artillería en dos francos, el aspecto moral y los claros actos de
corrupción en la administración pública. La idea se sintetiza en la crítica
hacia el uso de vacunas en un profundo secretismo y de forma tan anticipada y
selectiva por parte del círculo más cercano del presidente. Además, quedaba
abierto el cuestionamiento sobre los intereses al pactar con determinado
proveedor de la vacuna y el consecuente retraso en comparación con el resto de
latinoamérica. La simbólica expresión de “El Perú primero” quedaba deteriorada
moralmente y la imagen de los políticos siguió la dirección hacia la decepción
ya acostumbrada en los últimos años.