Regado por toda la ciudad. Punto cultural y referencia para todo natural. Es el metro, cuna de mil tormentos, ladrón de vida y red de amplia soledad. A la vez, escape citadino y hogar de todo aquel perdido en esta triste capital.
Estamos todos presentes.
Cruzamos todo tipo de miradas: perdidas, chismosas, románticas y malhumoradas.
Nos conocemos y compartimos la complicidad de un vagón, al menos, hasta la
próxima estación. ¿A qué podría yo referirme si no es, precisamente, al
metro capitalino? Desde mi llegada a la Ciudad de México, el metro ha sido una
herramienta indispensable para la vida citadina, no solo para ir de allá para
acá sino también como un espacio de reflexión, complicidad, amor e incluso como
punto de reunión para una que otra compra.
En su incesante vaivén sumado al
correr de los chilangos y su desesperación, me he integrado a la arteria
naranja de la ciudad. En sus laberínticos pasillos nos hemos fusionado y
desaparecido en los tramos de correspondencias donde el tiempo parece correr en
dirección contraria al sol. Repleto de vida que ahora parece tan alejada, con
miradas bajas y más de un pregón. Damita, caballero, es una novedad, no le vale
más de 5 pesos moverse a cualquier parte de esta caótica ciudad.
Punto de referencia. Me parece
prudente agregar que no hay sitio de mayor seguridad para un foráneo que los
brillantes letreros del convoy anaranjado. También, ahí nos vemos reflejados,
en mi caso, por Zapata, Morelos y el afanado camino universitario. Línea 3,
dirección de enamorado, ha sido para mí el camino con el que más he conectado.
Y es que pasa mucho así, cada quien con su cada cual y cada pobre a su línea ha
de adorar.
Regado por toda la ciudad. Punto
cultural y referencia para todo natural. Es el metro, cuna de mil tormentos,
ladrón de vida y red de amplia soledad. A la vez, escape citadino y hogar de
todo aquel perdido en esta triste capital. Seno de dolores, pasión de mil
amores y pregunta poco intelectual. Gracias por acompañarme, por ser camino,
hermano y destino. Sin tu mano no podría yo andar vagando tanto por esta gran
ciudad.
Y también es la prisa enfermedad
postiza de todo aquel que cruza el umbral. Lado izquierdo golpe avisa y a la
derecha pa’ un rato descansar. Fuerza en la puerta corrediza porque el chilango
ya no puede aguantar más. También, vuelta y vuelta en el reloj para ver si así
más rápido llega la unidad a la ingada terminal. Por último,
un chiflido sostenido pa’ que la banda tenga claro que aquel pobre citadino ha
esperado mucho tiempo y nomás no es atendido.
El metro, mundo paralelo a la jungla de concreto. Red simbiótica de lamentos, amores y comercios; estancia de museos, plantones y chorrocientas mil cuestiones. ¿Cuántos amores se han robado los vagones? ¿Cuántas líneas se han cruzado con nuestras vidas? Después de dos largos años, he comprendido: La lección más certera que nos deja el metro es que la despedida también es parte del encuentro.