Su dialéctica reside en ser cámaras de resonancia y burbujas ideológicas que buscan atacarse en sí, un sistema que vive atacando a sí mismo, un auroboros de odio. Tanto poder tienen estos medios, que sus propietarios se han presentado como parte de los principales inversores del actual presidente de Estados Unidos.
Me queda claro que el poder reside en un pueblo
unido, cuando la Monarquía francesa caminaba hacia el degüello, y su cabeza
rodaba por la plaza de la Concordia, los verdugos no estaban solos. Una
multitud observaba y alentaba los hechos. Cómo sabemos, cuando se derrocó la
Monarquía, los problemas no se acabaron pues Robespierre también resultó
imponer su propio reinado de terror. Sin embargo, yo quiero centrarme en el
sentimiento de logro, que representó para el pueblo ver rodar las cabezas y la
sensación de esperanza que significó para ellos el culmen de su unidad social.
Ahora es
muy difícil imaginar multitudes, dispuestas a lograr cambios tan radicales. Las
redes sociales como plataforma de conectividad, muchas veces suelen fungir como
maquinas propagadoras de odio: se alimentan de polémicas. Su dialéctica reside
en ser cámaras de resonancia y burbujas ideológicas que buscan atacarse en sí,
un sistema que vive atacando a sí mismo, un auroboros de odio. Tanto poder
tienen estos medios, que sus propietarios se han presentado como parte de los
principales inversores del actual presidente de Estados Unidos.
Con la guerra arancelaria surgida de Estados
Unidos, países como México y Canadá, buscan promover entre sus ciudadanos el
consumo de productos locales, y lograr pegar un golpe a las empresas
transnacionales de Estados Unidos. Lo que más me causa ruido, es que el
activismo en las redes sociales, no hace más que alimentar esta dialéctica
tecnológica, cuyo beneficio recae sobre los dueños de estas plataformas. Sin
importar la causa que en apariencia sea noble, desde el momento en que elegimos
la plataforma supone un acto político, pues el uso en sí, ya está beneficiando
a alguien. ¿Nos ponemos a pensar en esto alguna vez?
Mi punto es simple y comienza con la semántica
detrás de la frase: “El pueblo unido jamás será vencido”, hacer que la gente se
una por una causa es difícil, más difícil hacer que la gente en internet se
ponga de acuerdo. Sin embargo, no había visto tanta solidaridad por la patria y
la identidad hasta que se armó el huracán de odio, cuando la película Emilia
Pérez recibiera múltiples nominaciones a premios de academias occidentales. No
hablaré de lo que ya se ha dicho y hecho, ni daré juicios de valor referente a
la obra… ya sabotearon Emilia Pérez. ¿Ahora qué? ¿Ya salvamos nuestra
identidad?
Unirse es posible, entonces, ¿por qué no hacerlo
por algo que sea más significativo? La verdad que entre más disconforme y
enojado con México, más mexicano me siento. En mi experiencia observo que el
mexicano es resentido y acomplejado, pero eso sí, el único que puede echarle en
cara esas cosas al mexicano es otro mexicano; el único que puede chingar al
mexicano es otro mexicano. Porque, sorprende la facilidad para defender la mala
representación aplaudida por la academia occidental, pero no fuera pelear por
la ley de 40 horas que ya fue aprobada por el Congreso de la Unión en octubre
de 2020, porque ahí sí, ni tiramos piedras ni alzamos la mano. No fuera por el
alza de los precios en el mercado inmobiliario, porque ahí tampoco hacemos
nada. ¿Qué podemos hacer? No lo sé.
Me gustaría proponer soluciones, pero aquí solo
traigo quejas y es que para eso también somos muy buenos, para quejarnos, sin
proponer nada. Pero al menos la queja puede servir para canalizar el
descontento del grupo. Razones tenemos, soluciones... bueno, los cambios son
graduales y sobre la marcha, hasta Robespierre se convirtió en tirano y fue
pasado por la guillotina. Aun así, vivo esperanzado que el hartazgo nos haga
sacudir un poco las cosas. Probablemente fue Ortega y Gasset, o Shakespeare,
quien dijo: “Lo que vale más en el hombre es capacidad de insatisfacción, si
algo divino posee, es precisamente, su divino descontento. Como un dolor que
sentimos en un miembro que no tenemos.”
El descontento puede ser el germen de la
transformación, pero solamente canalizado en propuestas concretas y
constructivas. No basta con quejarnos, ni con aplaudir desde la distancia las
manifestaciones del pasado, debemos convertir nuestro divino descontento en el
motor de un cambio real. ¿Lo haremos?