Legado apache representante de la resistencia y fortaleza. Cualidades humanas que simbolizan el arrojo a la vida y a la espontaneidad. Vidas insertadas en el momento y a la armonía del espacio buscando la concordancia de su ser con el mundo natural...
Existe
la tendencia humana a establecerse en los espacios geográficos más propicios
para su existencia. Siendo, por ejemplo, el ambiente fluvial, la exuberancia
vegetal o el clima templado lugares naturales predilectos para los pobladores
ya que resultaban ser esenciales para cubrir sus demandas vitales. Sin embargo,
las condiciones sociales apremiantes impelen al humano a establecerse en climas
y terrenos extremos. Sirva esto último para indicar el caso de los habitantes
que ocuparon la parte septentrional novohispana en los tres siglos del dominio
español: Los apaches.
Chichimecas,
apaches, comanches, navajos, mezcaleros, mecos, salvajes, bárbaros o criaturas
del demonio fueron vocablos que se utilizaron en aquellos siglos para denominar
a los habitantes de la región norte del actual México. Pobladores encomiables caracterizados
por su rudeza y resistencia física practicantes de la trashumancia. Diría
Bernardo de Gálvez, político y militar español, en un informe en 1770:
El
indio en general es de un temperamento sano por la dureza en que se cría y la
simplicidad de sus manjares con que se alimenta […] nace y vive en la
inclemencia, de que resulta que su cuerpo curtido en la intemperie es casi
insensible, tanto al frío penetrante como al calor ardiente […] de esta
uniformidad de principios y el incesante ejercicio de la caza y de la guerra
depende la robustez de que goza.
No se
puede soslayar que los habitantes septentrionales fueron el talón de Aquiles
del dominio español, ya que tres siglos de resistencia apache lo demuestran,
dados sus dotes de grandes guerreros. Diría el teniente texano de caballería
Walter Schuyler a mediados del siglo XIX: “Un apache conoce solo dos emociones:
el miedo y el odio […] un apache puede afrontar la muerte con un gruñido
estoico, pero no hay nada que los aterrorice más que ser encarcelados”.
Por su parte, en 1783, Joseph
de Carrión, gobernador de Veracruz, en una carta a su virrey le especificaba: Conociendo
la barbarie de estas gentes que con desprecio de la vida se arrojan al mar
desde el Castillo, expuestos a ser hechos pedazos por la multitud de tiburones
que abundan en este puerto […] convengo a enviarlos a tierras de ultramar para
evitar que regresen a sus terruños”.
Así
mismo
Antonio
García de León en su libro Misericordia enunciaría las invocaciones
apaches al momento previo de la batalla:
Alrededor
de una tenue fogata afinan su futuro derrotero cantando e invocando con voz muy
leve a sus seres protectores, con un rumor acompasado que recuerda a veces los
zumbidos de un insecto. En el horizonte brilla el primer lucero…es
Nayeneyezgani, el matador de monstruos y dioses extraños […] allí casi en un
susurro, invocan al hijo del agua, al que venció a un gigante que secuestraba
las presas de caza. Conjuran a Usen, la madre tierra, quien engendró a
Kobadjischini, quien venció a los gigantes devoradores. […] el “cielo nocturno”
revela el canto, es obsidiana y espejo, mientras conciben que tal vez por allí […]
las aves han sido sacrificadas y colocadas alrededor del fuego, como simple
ofrecimiento al gahan de la montaña que las puso a su alcance y que espera los
proteja de aquí en adelante”.
En
este mismo tenor será pertinente resaltar que la concepción de la muerte en la
idiosincrasia apache estaba relacionada con una victoria sobre el tiempo, es
decir, para ellos morir en combate o durante la huida no era un final, sino el
inicio de una existencia gloriosa en el cielo. Creían que la mortalidad era una
forma de vencer al tiempo, liberarse de la opresión y escapar del flujo
lineal de la historia. Así mismo, la tradición espiritual les enseñaba que los
que morían podían acompañar al sol en su recorrido, o convertirse en estrellas
que brillan en la noche eterna y finalmente, el ocaso de la existencia en los
términos de batalla les confería la fuerza del combate y una libertad
trascendente, incluso cuando su vida en tierra había sido marcada por el
desarraigo, la enfermedad y la violencia.
Al
final del escrito, Antonio García de León, enuncia lo siguiente:
Los
soldados que lo alcanzaron se quedaron asombrados, viendo cómo el cuerpo mortal
de aquel desertor apache se despegaba de la tierra y cómo lentamente ascendía a
los cielos al atardecer de aquella batalla, iluminando con las últimas luces
del sol e inmune a los trabucazos que le lanzaban desde tierra, perdiéndose
entre las nubes y convirtiéndose, una vez que éstas se disiparon con el viento,
en la estrella gorda que precede a la noche.
Escribiría
Constantinos Cavafis, en 1904: “Porque la noche cae y no llegan los bárbaros. Y
gente venida desde la frontera afirma que ya no hay bárbaros. ¿Y qué será ahora
de nosotros sin bárbaros?”. Apaches salvajes…salvados.
Legado
apache representante de la resistencia y fortaleza. Cualidades humanas que
simbolizan el arrojo a la vida y a la espontaneidad. Vidas insertadas en el
momento y a la armonía del espacio buscando la concordancia de su ser con el
mundo natural. Visiones humanas encomiables que hacen falta en la actualidad
para contrarrestar lo apremiante de la existencia y la fragilidad…visiones
humanas bárbaras necesarias para llegar a ser quien uno es.
Fuentes:
García de León, A. (2017). Misericordia. El destino trágico de una collera
de apaches en la Nueva España. México: Fondo de Cultura Económica, pp. 217.