Presentificando la historia - Legado apache por Alfredo Pelayo Esquivel

Alfredo Pelayo Esquivel (ENAH)


Legado apache representante de la resistencia y fortaleza. Cualidades humanas que simbolizan el arrojo a la vida y a la espontaneidad. Vidas insertadas en el momento y a la armonía del espacio buscando la concordancia de su ser con el mundo natural...


Existe la tendencia humana a establecerse en los espacios geográficos más propicios para su existencia. Siendo, por ejemplo, el ambiente fluvial, la exuberancia vegetal o el clima templado lugares naturales predilectos para los pobladores ya que resultaban ser esenciales para cubrir sus demandas vitales. Sin embargo, las condiciones sociales apremiantes impelen al humano a establecerse en climas y terrenos extremos. Sirva esto último para indicar el caso de los habitantes que ocuparon la parte septentrional novohispana en los tres siglos del dominio español: Los apaches.  


Chichimecas, apaches, comanches, navajos, mezcaleros, mecos, salvajes, bárbaros o criaturas del demonio fueron vocablos que se utilizaron en aquellos siglos para denominar a los habitantes de la región norte del actual México. Pobladores encomiables caracterizados por su rudeza y resistencia física practicantes de la trashumancia. Diría Bernardo de Gálvez, político y militar español, en un informe en 1770:


El indio en general es de un temperamento sano por la dureza en que se cría y la simplicidad de sus manjares con que se alimenta […] nace y vive en la inclemencia, de que resulta que su cuerpo curtido en la intemperie es casi insensible, tanto al frío penetrante como al calor ardiente […] de esta uniformidad de principios y el incesante ejercicio de la caza y de la guerra depende la robustez de que goza.


No se puede soslayar que los habitantes septentrionales fueron el talón de Aquiles del dominio español, ya que tres siglos de resistencia apache lo demuestran, dados sus dotes de grandes guerreros. Diría el teniente texano de caballería Walter Schuyler a mediados del siglo XIX: “Un apache conoce solo dos emociones: el miedo y el odio […] un apache puede afrontar la muerte con un gruñido estoico, pero no hay nada que los aterrorice más que ser encarcelados”.


 Por su parte, en 1783, Joseph de Carrión, gobernador de Veracruz, en una carta a su virrey le especificaba: Conociendo la barbarie de estas gentes que con desprecio de la vida se arrojan al mar desde el Castillo, expuestos a ser hechos pedazos por la multitud de tiburones que abundan en este puerto […] convengo a enviarlos a tierras de ultramar para evitar que regresen a sus terruños”.


Así mismo Antonio García de León en su libro Misericordia enunciaría las invocaciones apaches al momento previo de la batalla:


Alrededor de una tenue fogata afinan su futuro derrotero cantando e invocando con voz muy leve a sus seres protectores, con un rumor acompasado que recuerda a veces los zumbidos de un insecto. En el horizonte brilla el primer lucero…es Nayeneyezgani, el matador de monstruos y dioses extraños […] allí casi en un susurro, invocan al hijo del agua, al que venció a un gigante que secuestraba las presas de caza. Conjuran a Usen, la madre tierra, quien engendró a Kobadjischini, quien venció a los gigantes devoradores. […] el “cielo nocturno” revela el canto, es obsidiana y espejo, mientras conciben que tal vez por allí […] las aves han sido sacrificadas y colocadas alrededor del fuego, como simple ofrecimiento al gahan de la montaña que las puso a su alcance y que espera los proteja de aquí en adelante”.


En este mismo tenor será pertinente resaltar que la concepción de la muerte en la idiosincrasia apache estaba relacionada con una victoria sobre el tiempo, es decir, para ellos morir en combate o durante la huida no era un final, sino el inicio de una existencia gloriosa en el cielo. Creían que la mortalidad era una forma de vencer al tiempo, liberarse de la opresión y escapar del flujo lineal de la historia. Así mismo, la tradición espiritual les enseñaba que los que morían podían acompañar al sol en su recorrido, o convertirse en estrellas que brillan en la noche eterna y finalmente, el ocaso de la existencia en los términos de batalla les confería la fuerza del combate y una libertad trascendente, incluso cuando su vida en tierra había sido marcada por el desarraigo, la enfermedad y la violencia.


Al final del escrito, Antonio García de León, enuncia lo siguiente:


Los soldados que lo alcanzaron se quedaron asombrados, viendo cómo el cuerpo mortal de aquel desertor apache se despegaba de la tierra y cómo lentamente ascendía a los cielos al atardecer de aquella batalla, iluminando con las últimas luces del sol e inmune a los trabucazos que le lanzaban desde tierra, perdiéndose entre las nubes y convirtiéndose, una vez que éstas se disiparon con el viento, en la estrella gorda que precede a la noche.


Escribiría Constantinos Cavafis, en 1904: “Porque la noche cae y no llegan los bárbaros. Y gente venida desde la frontera afirma que ya no hay bárbaros. ¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?”. Apaches salvajes…salvados.


Legado apache representante de la resistencia y fortaleza. Cualidades humanas que simbolizan el arrojo a la vida y a la espontaneidad. Vidas insertadas en el momento y a la armonía del espacio buscando la concordancia de su ser con el mundo natural. Visiones humanas encomiables que hacen falta en la actualidad para contrarrestar lo apremiante de la existencia y la fragilidad…visiones humanas bárbaras necesarias para llegar a ser quien uno es.


Fuentes:

 

GarcíadeLeón, A. (2017). Misericordia. El destino trágico de una collera de apaches en la Nueva España. México: Fondo de Cultura Económica, pp. 217.


No hay comentarios