El Tlacuilo - Entre las ruinas de mi inteligencia por Luis Daniel Miranda García


La academia, concebida como un espacio de formación, está compuesta por los profesores como por los alumnos. Pero, en esta construcción colectiva, frecuentemente observamos fracturas causadas por los egos de los individuos.

En esta ocasión, me parece necesario sincerarme y exponer que en las últimas semanas rondaba mis pensamientos, la posibilidad de repensar el título de mi columna en El Temporal. Actualmente lleva por nombre “El Tlacuilo” el cual traslade inmediatamente a la columna por tener vinculación directa con los códices mexicanos, área en la cual he plasmado la mayor parte de mis esfuerzos académicos y también mi genuino interés. Por otro lado, la inquietud que me ronda gira en torno a la necesidad que veo de expresar mediante la palabra escrita, nuevas perspectivas e ideas que surgen del nuevo compromiso que asumí como director de la gaceta, más allá de eso, del compromiso colectivo junto a mis compañeros y compañeras como Sembradores de Historia, de compartir el proyecto del Laboratorio de la Imaginación Histórica.


Hoy por fin, encontré el título que he de adherir a mi columna y es importante mencionar que un divulgador es quien me ha ayudado e inspirado. Llegue a casa después del trabajo, acostumbro ver y oír programas dedicados a la difusión de la historia, filosofía, antropología, entre otras disciplinas. Entonces encontré un video de Darin Mcnabb, quien además de ser un gran académico es un gran divulgador de su disciplina. A través del video titulado “Entre las ruinas de mi inteligencia” es que pretendo desarrollar, en la medida de lo posible, la explicación y poner sobre la mesa los motivos que inspiran un giro en mi columna. Aconsejo ver el video para tener mejor contexto.


“Entre las ruinas de mi inteligencia”, es un fragmento que Darin Mcnabb retoma de un poema – el cual recita en su video - de Jaime Gil de Biedma y que, al mismo tiempo, relaciona con un libro titulado “El Gatopardo” de Giuseppe Tomasi diLampedusa, una novela de corte histórico situada en el siglo XIX durante launificación de Italia. Mcnabb menciona que, a través de la novela, uno visualiza la experiencia de Don Fabrizio (personaje principal y de familia aristocrática), el cual ve cómo las grandes fuerzas de un naciente orden basado en la combinación de la democracia representativa y la economía capitalista van acabando con el estilo de vida que conocía, dejándole poco a poco precisamente como un noble arruinado. Enunciado final con el que Darin se identifica y justifica que, él no es un aristócrata como el personaje, más bien encuentra similitud con él retomando la etimología de la palabra “noble” que básicamente quiere decir que, una persona o una familia noble es una familia bien conocida, por algún logro o hazaña, sin embargo, él, nuevamente no se piensa conocido en esos términos, sino por su experiencia académica y el alcance de sus videos. Se identifica, pues, como un noble arruinado, al caer en cuenta que su experiencia con la filosofía, al igual que experimento el personaje, se encontraba alejada de lo que imagino en un principio.


En primera instancia, Darin Mcnabb nos ofrece una perspectiva que, aunque inicialmente parece contradictoria, nos invita a cuestionar nuestra resistencia al cambio. Es como el dilema entre aferrarse rígidamente a lo conocido y enfrentar una transición abrupta o permitir cierta flexibilidad para que la transformación sea más suave. Esta reflexión resuena poderosamente en un contexto académico que, a veces, valora más los títulos que la verdadera sabiduría, vale la pena recordar que Mcnabb es filósofo y hare uso en la medida de lo posible, de los conceptos que aborda.


Después, continua con una frase de Kierkegaard: "Antaño, la gente amaba la sabiduría... en la actualidad aman el título de filósofo”, esto resuena como una verdad dolorosa. En un mundo obsesionado con todo lo cuantificable y los logros tangibles, el título parece eclipsar la esencia del conocimiento. ¿Cuántas publicaciones tienes? ¿Cuántas actividades administrativas o académicas realizas? Estas son las preguntas, pero ¿dónde queda la sabiduría? Nos invita a reflexionar Mcnabb.


Entonces, al reflexionar sobre esta realidad, es fácil recordar los días en que aspirábamos a ser – así como Darin intentaba ser como Sócrates – igual de sabios que Bloch, Marx, Le Goff, entre otros, y buscar la sabiduría sin pensar siquiera en las formalidades académicas. Sin embargo, el sistema institucional a menudo nos arrastra hacia una carrera por títulos y reconocimientos, dejando poco espacio para la verdadera reflexión y creación de conocimiento.


¿Cómo llegamos a este punto? ¿Cómo perdimos esa ilusión inicial de aprender y aplicar el conocimiento de manera significativa en nuestras vidas? Poco a poco, reflexionando con mis compañeros y profesores, nos percatamos que, nos encontramos realizando trabajos finales sin más motivación que la calificación final y la aprobación de la materia. Abandonamos la posibilidad de reflexionar y crear conocimiento de manera libre, sin la presión constante de la evaluación académica.


Todo lo anterior, me hace pensar en la propuesta que ofrece El Temporal como un espacio para la imaginación histórica, el cual, cobra especial relevancia. Un espacio donde no se trata de calificaciones, sino de ejercitar la mente, de realizar críticas, reflexiones, diálogos, análisis y propuestas sin el peso de las consecuencias académicas. Aquí, podemos plantear problemas y buscar soluciones sin el temor al error, permitiéndonos aprender y redefinir nuestras perspectivas. Sinónimo todo lo anterior de, lo que se hace en un laboratorio, por ello nos convencemos que nuestra disciplina aporta conocimiento verdadero y científico.


Finalmente, arrojo la invitación a pensar en que la universidad, a menudo puede convertirse en una constante búsqueda de títulos y escalafones. Sin menospreciar las bases teóricas y metodológicas que nos ofrece, sin las cuales, sería imposible que lográramos siquiera estructurar e imaginar hipótesis y problemáticas.


Así mismo, la academia, concebida como un espacio de formación, está compuesta por los profesores como por los alumnos. Pero, en esta construcción colectiva, frecuentemente observamos fracturas causadas por los egos de los individuos. Este escenario se manifiesta de diversas maneras, especialmente en la dinámica entre los estudiantes y profesores. Los estudiantes, motivados por el deseo de reconocimiento, aprobación y calificaciones, generan una competencia insana entre ellos. Esta competencia se traduce en comparaciones constantes, donde algunos son exaltados mientras otros son menospreciados. La búsqueda de la excelencia académica se convierte en una carrera sin moderación por destacar sobre los demás, y en este proceso, se pierde la esencia del trabajo en equipo y la colectividad.


Por otro lado, los profesores desempeñan un papel crucial en la configuración de este espacio académico. Sin embargo, cuando limitan a los estudiantes a pensar y expresarse solo de ciertas maneras (como ellos), van en contra de los principios pedagógicos fundamentales de su profesión. La formación no debe ser una imposición de ideas, sino un estímulo para el pensamiento crítico, la reflexión y el diálogo. Restringir estas facultades va en detrimento de la esencia misma de la educación. Me parece que el conocimiento no es un recurso escaso por el cual competir, sino un bien común que se enriquece cuando se comparte y se discute. Por ello, iniciativas como El Laboratorio de la Imaginación Histórica nos recuerdan que la riqueza del conocimiento se encuentra en la convergencia de la imaginación y las bases que nos aporta nuestra constante formación en las aulas.


Sin más, dedico este capítulo de mi columna a mis compañeros y compañeras de Sembradores de Historia, maestros y maestras que me apoyan y a quienes debo en gran medida la inspiración y el soporte para escribir.


 

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