La academia, concebida como un espacio de formación, está compuesta por los profesores como por los alumnos. Pero, en esta construcción colectiva, frecuentemente observamos fracturas causadas por los egos de los individuos.
En
esta ocasión, me parece necesario sincerarme y exponer que en las últimas
semanas rondaba mis pensamientos, la posibilidad de repensar el título de mi
columna en El Temporal. Actualmente lleva por nombre “El Tlacuilo” el cual
traslade inmediatamente a la columna por tener vinculación directa con los
códices mexicanos, área en la cual he plasmado la mayor parte de mis esfuerzos
académicos y también mi genuino interés. Por otro lado, la inquietud que me
ronda gira en torno a la necesidad que veo de expresar mediante la palabra
escrita, nuevas perspectivas e ideas que surgen del nuevo compromiso que asumí
como director de la gaceta, más allá de eso, del compromiso colectivo junto a
mis compañeros y compañeras como Sembradores de Historia, de compartir el proyecto
del Laboratorio de la Imaginación Histórica.
Hoy
por fin, encontré el título que he de adherir a mi columna y es importante
mencionar que un divulgador es quien me ha ayudado e inspirado. Llegue a casa
después del trabajo, acostumbro ver y oír programas dedicados a la difusión de
la historia, filosofía, antropología, entre otras disciplinas. Entonces
encontré un video de Darin Mcnabb, quien además de ser un gran académico es un
gran divulgador de su disciplina. A través del video titulado “Entre las ruinas de mi inteligencia” es que pretendo desarrollar, en la medida de lo posible, la
explicación y poner sobre la mesa los motivos que inspiran un giro en mi
columna. Aconsejo ver el video para tener mejor contexto.
“Entre
las ruinas de mi inteligencia”, es un fragmento que Darin Mcnabb retoma de un
poema – el cual recita en su video - de Jaime Gil de Biedma y que, al mismo
tiempo, relaciona con un libro titulado “El Gatopardo” de Giuseppe Tomasi diLampedusa, una novela de corte histórico situada en el siglo XIX durante launificación de Italia. Mcnabb menciona que, a través de la novela, uno
visualiza la experiencia de Don Fabrizio (personaje principal y de familia
aristocrática), el cual ve cómo las grandes fuerzas de un naciente orden basado
en la combinación de la democracia representativa y la economía capitalista van
acabando con el estilo de vida que conocía, dejándole poco a poco precisamente
como un noble arruinado. Enunciado final con el que Darin se identifica y
justifica que, él no es un aristócrata como el personaje, más bien encuentra
similitud con él retomando la etimología de la palabra “noble” que básicamente
quiere decir que, una persona o una familia noble es una familia bien conocida,
por algún logro o hazaña, sin embargo, él, nuevamente no se piensa conocido en
esos términos, sino por su experiencia académica y el alcance de sus videos. Se
identifica, pues, como un noble arruinado, al caer en cuenta que su experiencia
con la filosofía, al igual que experimento el personaje, se encontraba alejada
de lo que imagino en un principio.
En
primera instancia, Darin Mcnabb nos ofrece una perspectiva que, aunque
inicialmente parece contradictoria, nos invita a cuestionar nuestra resistencia
al cambio. Es como el dilema entre aferrarse rígidamente a lo conocido y
enfrentar una transición abrupta o permitir cierta flexibilidad para que la
transformación sea más suave. Esta reflexión resuena poderosamente en un
contexto académico que, a veces, valora más los títulos que la verdadera
sabiduría, vale la pena recordar que Mcnabb es filósofo y hare uso en la medida
de lo posible, de los conceptos que aborda.
Después,
continua con una frase de Kierkegaard: "Antaño, la gente amaba la
sabiduría... en la actualidad aman el título de filósofo”, esto resuena como
una verdad dolorosa. En un mundo obsesionado con todo lo cuantificable y los
logros tangibles, el título parece eclipsar la esencia del conocimiento.
¿Cuántas publicaciones tienes? ¿Cuántas actividades administrativas o
académicas realizas? Estas son las preguntas, pero ¿dónde queda la sabiduría?
Nos invita a reflexionar Mcnabb.
Entonces,
al reflexionar sobre esta realidad, es fácil recordar los días en que
aspirábamos a ser – así como Darin intentaba ser como Sócrates – igual de
sabios que Bloch, Marx, Le Goff, entre otros, y buscar la sabiduría sin pensar
siquiera en las formalidades académicas. Sin embargo, el sistema institucional
a menudo nos arrastra hacia una carrera por títulos y reconocimientos, dejando
poco espacio para la verdadera reflexión y creación de conocimiento.
¿Cómo
llegamos a este punto? ¿Cómo perdimos esa ilusión inicial de aprender y aplicar
el conocimiento de manera significativa en nuestras vidas? Poco a poco,
reflexionando con mis compañeros y profesores, nos percatamos que, nos
encontramos realizando trabajos finales sin más motivación que la calificación
final y la aprobación de la materia. Abandonamos la posibilidad de reflexionar
y crear conocimiento de manera libre, sin la presión constante de la evaluación
académica.
Todo
lo anterior, me hace pensar en la propuesta que ofrece El Temporal como un espacio
para la imaginación histórica, el cual, cobra especial relevancia. Un espacio
donde no se trata de calificaciones, sino de ejercitar la mente, de realizar
críticas, reflexiones, diálogos, análisis y propuestas sin el peso de las
consecuencias académicas. Aquí, podemos plantear problemas y buscar soluciones
sin el temor al error, permitiéndonos aprender y redefinir nuestras
perspectivas. Sinónimo todo lo anterior de, lo que se hace en un laboratorio,
por ello nos convencemos que nuestra disciplina aporta conocimiento verdadero y
científico.
Finalmente,
arrojo la invitación a pensar en que la universidad, a menudo puede convertirse
en una constante búsqueda de títulos y escalafones. Sin menospreciar las bases
teóricas y metodológicas que nos ofrece, sin las cuales, sería imposible que
lográramos siquiera estructurar e imaginar hipótesis y problemáticas.
Así
mismo, la academia, concebida como un espacio de formación, está compuesta por
los profesores como por los alumnos. Pero, en esta construcción colectiva, frecuentemente
observamos fracturas causadas por los egos de los individuos. Este escenario se
manifiesta de diversas maneras, especialmente en la dinámica entre los
estudiantes y profesores. Los estudiantes, motivados por el deseo de
reconocimiento, aprobación y calificaciones, generan una competencia insana
entre ellos. Esta competencia se traduce en comparaciones constantes, donde
algunos son exaltados mientras otros son menospreciados. La búsqueda de la
excelencia académica se convierte en una carrera sin moderación por destacar
sobre los demás, y en este proceso, se pierde la esencia del trabajo en equipo
y la colectividad.
Por
otro lado, los profesores desempeñan un papel crucial en la configuración de
este espacio académico. Sin embargo, cuando limitan a los estudiantes a pensar
y expresarse solo de ciertas maneras (como ellos), van en contra de los
principios pedagógicos fundamentales de su profesión. La formación no debe ser
una imposición de ideas, sino un estímulo para el pensamiento crítico, la
reflexión y el diálogo. Restringir estas facultades va en detrimento de la
esencia misma de la educación. Me parece que el conocimiento no es un recurso
escaso por el cual competir, sino un bien común que se enriquece cuando se
comparte y se discute. Por ello, iniciativas como El Laboratorio de la
Imaginación Histórica nos recuerdan que la riqueza del conocimiento se
encuentra en la convergencia de la imaginación y las bases que nos aporta
nuestra constante formación en las aulas.