Sinaloa tiene una larga tradición en lo que respecta a estas fiestas, sus orígenes se remontan hasta las primeras décadas del siglo XIX. Durante algún tiempo albergó dos grandes carnavales, el de Mazatlán que aún hoy en día es uno de los más representativos a nivel continental y el de Culiacán.
Con la llegada del mes de febrero, se
vuelve a activar la alegría y la expectación ante la cercanía de la celebración
de los distintos carnavales alrededor del mundo. Rio de Janeiro, Venecia, Niza,
Mardi Gras en Nueva Orleans o el de Veracruz son algunos de los más
representativos.
El carnaval es una celebración
antiquísima que puede encontrar sus orígenes en las saturnales romanas, desde
siempre ha sido visto como un espacio de libertad y desenfreno, dónde se
suprimen las barreras sociales, todos los participantes olvidan por un momento
su vida cotidiana y se sumergen en una profunda vida festiva que siempre será
de corta duración. La fiesta, los bailes en las calles y en las plazas, los
disfraces, la música, los grandes carros alegóricos, las reinas y los vivos
colores que siempre están presentes suelen caracterizar a esta festividad a lo
largo del orbe.
Mijaíl Bajtín, célebre historiador ruso describió
acertadamente al carnaval como “la segunda vida del pueblo basado en el
principio de la risa. Su vida festiva”. Y eso es en esencia la celebración
carnavalesca que a pesar del paso del tiempo y la inevitable mercantilización
que ha sufrido, lucha cada día por mantener su festivo espíritu de origen.
Sinaloa tiene una larga tradición en lo
que respecta a estas fiestas, sus orígenes se remontan hasta las primeras
décadas del siglo XIX. Durante algún tiempo albergó dos grandes carnavales, el
de Mazatlán que aún hoy en día es uno de los más representativos a nivel
continental y el de Culiacán que cayó en el abandono y en el olvido desde hace
algunas décadas.
En el caso de ambos carnavales durante
mucho tiempo fue un mecanismo para demostrar prestigio, existieron grandes
bailes de gala, ostentosas coronaciones y brillantes desfiles de carros
alegóricos, todo esto ante el peligro de en algún momento perder su emotividad.
En el porfiriato y en épocas revolucionarias existió una constante lucha entre
los poderes que buscaban hacerse con el control de la fiesta para normarla y
las agrupaciones que pugnaron por la celebración de un carnaval realmente
popular. En el caso de Culiacán, ya en
épocas de la revolución, sociedades mutualistas impulsadas por un sector obrero
le hicieron frente al monopolio que existía por parte del comité oficial que
estaba tomado por una élite intelectual y económica que dictaba como debía
hacerse el carnaval, esta organización mutualista organizaría su propia versión
del carnaval a la par de la fiesta “oficial”, luchando por mantener un poco de
lo que para ellos era la esencia real de la fiesta, esa necesaria válvula de
escape de un gran sector de la sociedad.
Como una lucha que ha existido desde
hace muchos años, vale la pena apuntar que siempre será útil que en todos los
rincones del mundo en los que aún subsiste esta celebración, se pugne para que los
carnavales mantengan viva esa esencia popular y espontanea que durante tanto
tiempo los caracterizó y que día a día va cediendo ante lo implacable que
termina por ser la institucionalización, reglamentación y dirección de las
autoridades.
Y que el silencio se convierta en
Carnaval.