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Como científicos sociales interesados en Mesoamérica, debemos estar abiertos al diálogo y, sobre todo, dispuestos a aprender metodologías diversas para estudiar la complejidad de las culturas mesoamericanas, sea cual sea el aspecto en el que nos queramos sumergir.
En días recientes, como parte de un seminario sobre
mujeres en Mesoamérica, preparé una discusión en torno al modelo de opuestos complementarios,
el cual ha sido ampliamente utilizado en la interpretación de los roles de
género mesoamericanos. Para ello, leímos el muy conocido artículo de la
arqueóloga norteamericana Elizabeth Brumfiel, “The Archaeology of Gender in Mesoamerica:
Moving Beyond Gender Complementarity”, en el que ofrece una crítica a dicho
modelo. Entre los diversos aspectos que revisa la autora, considera que buena
parte de las interpretaciones sobre género en la época prehispánica, así como
el modelo en cuestión, se han construido a partir de datos obtenidos en fuentes
históricas del Centro de México durante el siglo XVI y se ha dado menor
relevancia a la información proporcionada por la arqueología.
En particular, llamó mi
atención el argumento de Brumfiel para descartar a esas fuentes dentro de los
estudios del pasado mesoamericano por considerarlas “ahistóricas”,
principalmente porque muestran solo un momento específico de la cultura
indígena registrada y presentan información sesgada por los prejuicios de los
varones occidentales que las produjeron; es decir, los frailes. Si bien la
autora tiene razón parcialmente, la lectura del argumento me llevó a cuestionar
lo que es y no es una fuente histórica, lo que hacemos las y los historiadores
con ellas y cómo podemos acercarnos al pasado mesoamericano desde nuestra
disciplina.
Durante la producción
del conocimiento histórico, las y los historiadores convivimos con la dupla
indisoluble de la heurística y la hermenéutica: las fuentes de información como
materia prima y el análisis e interpretación de éstas para argumentar y
responder nuestras preguntas de investigación. Las fuentes históricas son de
muchos tipos: documentales, visuales, orales, restos materiales, entre otros,
haciendo que se desplieguen un sinfín de metodologías para analizarlas en su
contexto; o sea, tomando en cuenta cómo, dónde, por qué, para qué y quién las
produce. En este sentido, no hay fuentes ahistóricas o poco fiables para
estudiar la época prehispánica (o cualquier otra), sino aproximaciones poco
adecuadas a las mismas, así como un limitado diálogo entre la Historia y la
Arqueología.
A pesar de tener
presente lo anterior, lo cierto es que cuando se trata de Mesoamérica, las
fronteras entre ambas disciplinas fluctúan entre la rigidez y la flexibilidad
todo el tiempo. Por un lado, las y los arqueólogos recurren a las fuentes
históricas para obtener antecedentes y compararlos con los datos obtenidos en el
análisis de la cultura material. Mientras que las y los historiadores procuran
establecer en sus estudios límites temporales basados en la presencia o
ausencia de fuentes alfabéticas; esto es, estudiar preferentemente a las
culturas mesoamericanas poco antes o durante el contacto con los europeos. Por
esta razón varios programas de licenciatura en Historia contemplan
preferentemente el estudio de las culturas del Posclásico Tardío a través de
códices y fuentes coloniales del siglo XVI, por encima de periodos y fuentes
más tempranas por considerarlas parte del campo de la Arqueología.
Bajo esta dinámica
surgen varios problemas entre los que sobresalen la revisión de fuentes
históricas sin un método hermenéutico (desde la Arqueología) y el descarte de
soportes con escritura jeroglífica e iconografía y su contexto arqueológico
como fuente de información histórica (desde la Historia). Ambas prácticas
producen las generalizaciones y sobre-interpretaciones a las que se refiere
Brumfiel en su crítica. Entonces, ¿la Arqueología no puede usar fuentes
históricas? ¿No se puede estudiar Mesoamérica desde la Historia? Por supuesto
que no, los estudios mesoamericanos representan un campo fértil para la
interdisciplina donde la Historia, la Arqueología, la Antropología, la
Lingüística, la Historia del Arte, entre otras, deben estar en constante
intercambio en aras de responder preguntas comunes y formular hipótesis
sólidas. De esta forma, como científicos sociales interesados en Mesoamérica,
debemos estar abiertos al diálogo y, sobre todo, dispuestos a aprender
metodologías diversas para estudiar la complejidad de las culturas
mesoamericanas, sea cual sea el aspecto en el que nos queramos sumergir.
Referencias:
Brumfield, Elizabeth M. 2013. “The Archaeology of Gender in
Mesoamerica: Moving Beyond Gender Complementarity”. En A Companion to Gender
Prehistory, editado por Diane Bolger, pp. 564-584. Wiley-Blackwell,
Chichester.
Pastor, Marialba 2020. La heurística y la hermenéutica históricas en tiempos de la Posverdad. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras. Disponible en línea: https://revistafyl.filos.unam.mx/posverdad/