En una situación como la que la humanidad acaba de enfrentar, la pandemia, encontramos nuestra reflexión como el primer paso de interiorización de la realidad externa.
A propósito
de aquella nota periodística
que se viralizó en estos últimos días en Perú, la cual otorgaba a la filosofía
el primer lugar de las carreras universitarias en la que casi nadie encuentra
trabajo en este país, podemos reafirmar que, si bien la imagen de esta
disciplina puede verse afectada, tal efecto se centraliza en una comunidad no
exactamente académica. Tal percepción no repercute sobre su normal desarrollo
y, para quienes formamos parte de esta comunidad, nuestra única preocupación
puede derivarse en la confusión entre la empleabilidad de la carrera y la
importancia de la disciplina.
Esto puede
ser más claro si tenemos en cuenta que en las últimas décadas el lugar de la
filosofía ha sido transgredida. Por lo menos en Perú, ha pasado a ser de la
“madre de las ciencias” al abuelo que ocupa un olvidado rincón de la casa, a
cierto tipo de Matusalén al cual se recurre solo para referenciar algún pasado
culto. Mencionamos esto, tal vez con cierto tono coloquial, para permitirnos
recordar la exclusión de la filosofía en la educación básica peruana, la
tendiente alienación que la convierte en un recuento memorístico y a la que ha
sido expuesta en los denominados centros preuniversitarios y la subordinación
en ciertas instituciones superiores al punto de que algunos planes de estudios
no registran un curso básico de esta disciplina.
Estas son
algunas ideas que pueden sugerir la defensa de la tesis de cierta crisis en
filosofía, pero consideramos que a pesar de cierto olvido del cual es víctima
(el cual podría ser hasta cierto punto parte de un interés político por
mantenernos adormitados, sin actitud crítica), se hace necesario que el
estandarte de su importancia se vea reflejada y ciertamente palpable ante la
sociedad.
Cuando
emerge la actitud crítica del ser humano encuentra entre sus principales
obstáculos la raíz del problema. En una situación como la que la humanidad
acaba de enfrentar, la pandemia, encontramos nuestra reflexión como el primer
paso de interiorización de la realidad externa. Buscamos soluciones,
alternativas, elecciones, pero, en tanto las situaciones sean cada vez más
críticas, buscamos entender. En realidad, la pandemia en sentido retrospectivo,
y crítico tuvo como mayor consecuencia la concientización. El reconocimiento de
que la pandemia solo encrudeció el estado de desigualdad entre cada uno de los
habitantes, las diferentes brechas que existían y que seguían siendo olvidadas.
Aquellos que
ya habían sido olvidados antes de la pandemia tuvieron que enfrentar esta
crisis como una nueva realidad que les exigía ya no cubrir solo sus necesidades
más básicas, sino participar de cierta selección natural ante la escasez de
recursos y cierto grado de invisibilización ante su propio Estado. Pero, como
mencionamos, el problema original no se genera desde la pandemia, sino que estructuralmente
subsiste oculto y casi normalizado desde mucho antes. La pobreza extrema, la
brecha en salud, la violencia de género, la brecha en educación, entre otros,
son constantes demandas que no se solucionan superficialmente solo con toma de
decisiones ante alguna realidad parcializada, sino desde una mirada crítica que
exige ir a la raíz del problema. Estas problemáticas exigen una actitud
propiamente filosófica y demandante ante la representación política encargada
de regir el país.