Es verdad que siempre me gustó jugar con fantasmas, por eso decidí ser etnohistoriadora. Con fantasma, me refiero al constante viaje hacia el pasado, leer un documento del siglo XVI […], pero no es divertido ni romántico cuando se posiciona a la Etnohistoria como un fantasma, como algo en lo cual algunos creen y otros niegan rotundamente.
¿Por qué estudiar Etnohistoria y no Medicina? ¿Quién en
su sano juicio, dejaría pasar la oportunidad de aprender Derecho? ¿Qué tal
Idiomas o Economía? ¿Por qué no ser el ingeniero o el veterinario que la
familia esperaba? O en su defecto, si perdura la decisión de estudiar una
carrera socialmente rezagada, ¿por qué no hacerlo en la mayor universidad de
México?
A lo largo de mi vida académica, tuve la desgracia o la
fortuna de encontrarme con personas, cuyas afirmaciones eran constantes: “La
Etnohistoria no existe”, “la Etnohistoria es muy sencilla”, “ni los mismos
etnohistoriadores, saben o entienden la Etnohistoria”. Lo más impactante de
esos comentarios, es el cuestionamiento acerca de su utilidad, los objetivos y
hasta su espacio tanto en la vida cotidiana, como en la académica; dando pauta
a la imposibilidad de que la Etnohistoria, pueda ser concebida como el
resultado de la concordancia entre Historia y Antropología.
No escribo desde el resentimiento, mucho menos desde la
venganza, ni siquiera pasa por mi mente la exhibición con afán de humillar esos
comentarios, pero claramente estoy escribiendo desde la inquietud y por
supuesto, desde la curiosidad. En el marco de: “Los 50 años de la Etnohistoria
en la ENAH: recuerdos, logros y desafíos”, celebrado en las instalaciones de la
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). En la conferencia
magistral: Reflexiones en torno a la Etnohistoria de la ENAH, me gustaría
retomar algunos puntos del doctor Ricardo Reina Granados, en su participación.
En este sentido, el doctor Reina, comenta que la
dificultad al entrar en terrenos etnohistóricos, se expande mucho más allá de
una definición clara y la dependencia de su aceptación, ante autoridades
académicas. Parte desde una inquietud en particular: la discriminación hacia el
etnohistoriador, esta invisibilidad de su labor ante la sociedad. ¿Alguna vez
has escuchado que un etnohistoriador, participó en algún proyecto? Todos
tenemos presentes a los arqueólogos, los historiadores, los paleontólogos y
antropólogos… ¿Quién conoce al etnohistoriador?
Coincido con el etnohistoriador Ricardo Reina, la
discriminación, la denostación y la necesidad de limitar encasillando a la
Etnohistoria, genera diversos problemas, también lo comentó el etnohistoriador
Arturo Galván: una mediana intersección y lo fácil que es perder el rumbo en
los estudios Etnohistóricos. Si un determinado sujeto de estudio, se inclina
más hacia la antropología y solamente retoma algunos aspectos de la historia,
se entabla una investigación hacia los ámbitos de la antropología histórica;
por el contrario, si un sujeto de estudio, se inclina más hacia el ámbito
histórico y solamente retoma algunos aspectos de la antropología, se está
hablando de Historia Cultural.
Es verdad que todos estos planteamientos, podrían parecer
confusos, pero en algo concuerdan Arturo y Ricardo: el etnohistoriador, no debe
de asimilarse como un antropólogo, ni como un historiador. Aún falta bastante
por hacer en la Etnohistoria, la matrícula estuvo casi ausente hace unos
cuantos procesos de admisión y es verdad que todos aquellos que decidimos
dedicarnos a esto, hemos sido víctimas de esta violencia que pareciera
inocente, pero en el fondo intenta desaparecernos y menospreciarnos al lanzar el
comentario típico: “La Etnohistoria no existe”.
Es verdad que siempre me gustó jugar con fantasmas, por
eso decidí ser etnohistoriadora. Con fantasma, me refiero al constante viaje
hacia el pasado, leer un documento del siglo XVI pareciera que tiene más
efectos que una ouija. Estás en contacto con ideas y sentires de hace varios
siglos, pero no es divertido ni romántico cuando se posiciona a la Etnohistoria
como un fantasma, como algo en lo cual algunos creen y otros niegan
rotundamente.
Es verdad que los terrenos etnohistóricos, están
abarcando grandes temáticas en cuestiones de investigación, cada proceso de
admisión es una nueva esperanza para que los futuros etnohistoriadores, luchen
para que en algún momento podamos ejercer el derecho al reconocimiento de
nuestra labor. Quizás en algún momento, los desafíos sean diferentes y no la
invisibilidad que menciona Ricardo Reina, ni la utilización del título de
licenciado para un puesto remunerable totalmente ajeno a todo lo aprendido en
la carrera, como lo retoma Arturo Galván.
De este modo, falta muchísimo todavía, falta dignidad, falta reconocimiento, faltan espacios… Pero que de esta carencia, nazca el deseo y la esperanza de que las buenas circunstancias, estén por venir y dejemos de parecer fantasmas.
¿Tú que piensas, cuando escuchas la palabra: Etnohistoria?