Esta versión oficial, lejos de acercarnos a la justicia, parece más interesada en encubrir la verdad y criminalizar a las víctimas. Entonces, ¿por qué como sociedad y como historiadores activos no hemos hecho lo necesario para reescribir esta historia y ofrecer una memoria digna, que deslumbre el dolor y entone la lucha de los afectados? ¿Por qué no hemos logrado, al menos, construir una memoria digna para quienes están ausentes?
¿Quién tiene el derecho de escribir
nuestra historia? A diez años de la desaparición de los compañeros normalistas,
esta pregunta resurge con una fuerza ineludible: ¿quién tiene la autoridad para
narrar lo que ha ocurrido y lo que aún duele? ¿Por qué parece haber un único
dueño de la verdad, alguien que, con esa “autoridad” nos arrebata la paz que
tanto necesita esta sociedad y, especialmente, las familias de los
desaparecidos?
Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, un suceso sombrío nos recordó que en México ser estudiante sigue siendo un riesgo latente. En Iguala, Guerrero, emprendían camino un grupo de jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, se dirigían hacia la Ciudad de México con la intención de conmemorar la masacre de Tlatelolco, otro episodio doloroso de nuestra historia. Hoy, diez años después, 43 normalistas aún no han vuelto a casa. Desaparecidos en medio de una incertidumbre profunda, rodeados de incógnitas y teorías que sólo parecen acrecentar el dolor, surge nuevamente la pregunta: ¿por qué no tenemos derecho a la verdad? esta verdad que esta reservada para aquellos con poder, inaccesible para las mayorías. Hoy, la infame “verdad histórica” se nos presenta como todo menos como una verdad. Se siente fragmentada, manipulada, incompleta. Nos queda un vacío inmenso. La historia debería servir para sanar, para darnos respuestas, para crear un puente con nuestro pasado y ayudarnos a comprender nuestra identidad colectiva, en este caso solo genera desconexión, incertidumbre, dolor y angustia.
En un país como México, parece que la
“verdad histórica’” está atada a la protección de aquellos que deberían rendir
cuentas, de quienes, en lugar de resguardar la vida, nos han desprotegido y
desaparecido. Esta versión oficial, lejos de acercarnos a la justicia, parece
más interesada en encubrir la verdad y criminalizar a las víctimas. Entonces,
¿por qué como sociedad y como historiadores activos no hemos hecho lo necesario
para reescribir esta historia y ofrecer una memoria digna, que deslumbre el
dolor y entone la lucha de los afectados? ¿Por qué no hemos logrado, al menos,
construir una memoria digna para quienes están ausentes?
Cada 26 de septiembre, aquellos que no
se rinden salen a las calles a gritar que la historia oficial no es más que un
relato vacío, un eco lejano que no nos dice nada de nuestros compañeros. Son
esas voces las que nos recuerdan que la memoria es resistencia, que no podemos
permitir que las versiones oficiales sean las únicas que perduren. Como
ciudadanos conscientes y como narradores activos, tenemos la capacidad y la
responsabilidad de escribir una nueva narrativa. Contamos con herramientas
poderosas, que nos
permiten alzar la voz, romper el silencio y comenzar a construir una memoria
digna y verdadera para nuestros compañeros desaparecidos.
Ya no podemos esperar que la verdad nos
sea entregada desde arriba. Debemos arrebatarla, cuestionar, investigar,
narrar, porque el poder que nos ignora no tiene interés en revelarla. Esta
tarea no es exclusiva de quienes han sido directamente afectados. Es una tarea
de todos aquellos que creemos en la justicia, en la memoria y en la verdad como
un derecho fundamental. No se trata solo de recordar, sino de transformar, de
construir una memoria colectiva que honre a quienes ya no están y nos impulse a
luchar por un país en el que nadie mas desaparezca. La verdad no debe ser
monopolizada ni manipulada; es un derecho colectivo que debemos exigir y
construir. En una sociedad marcada por la desaparición y el dolor, es nuestra
responsabilidad como ciudadanos conscientes y historiadores activos resistir,
cuestionar con el fin de dignificar la memoria de los desaparecidos y luchar
por una justicia de aquellos que han sido víctimas del silencio y la impunidad.
Solo así podremos transformar nuestro presente y evitar que el olvido se
imponga sobre la verdad.