Hablando con mi librero - En diálogos con los muertos. De rituales a la magdalena de Proust. Parte 1 por Epifanio Cruz

Víctor Epifanio Cruz Ponce (UAEH)
Correo: victorepifaniocruzponce16@gmail.com


La historia se compone por muertos sobre los cuales podemos saber su nombre o la intuición de que existieron.


Si el día de mañana ya no estamos, ¿cómo nos habrán de recordar las personas? ¿Cuántos de ellos nos tendrán en la memoria? ¿Sobre cuántos campos de imaginación estaremos cultivando? ¿Hasta dónde durará nuestra memoria? ¿Cuántos muertos olvidados nos cruzamos a diario?

 

El comienzo de esta breve columna, fue con preguntas asociadas a la memoria abriendo paso a la reflexión y los alcances frente al ataque progresivo del olvido. El ritual, que marca el denominado Tiempo de lo sagrado o Tiempo de los dioses para Jaques Attlali, se caracteriza por la necesidad del cumplimiento de ciclos que marquen el retorno al orden inicial después del desorden provocado por los conflictos cotidianos, supone que nuestro mundo regresa al estado de paz previo a la tormenta para poder prepararnos rumbo a una nueva que vendrá.

 

La muerte es un conflicto cotidiano y a la vez cíclico, con el poder de ser, y  por mucho de las mayores, sino que la principal  angustia del ser humano. Desde el hecho de cobrar conciencia de nuestra existencia ha existido una marcada relación de miedo con la muerte y un vínculo estrecho con lo sagrado. Esto dependerá de cada sociedad en el tiempo y la cultura que se tenga sobre la muerte, ya que, como el caso mexicano, estamos plagados de rituales tradicionales y cotidianos, como explica en profundidad Delci Torres, en su artículo: “Los rituales funerarios como estrategias simbólicas que regulan las relaciones entre las personas y las culturas”, buscan la vida  eterna y la atenuación del dolor que la muerte trae consigo.

 

Es evidente que la muerte final, es la absoluta omisión de la existencia y que por ello retomamos los rituales tradicionales, cotidianos, personales y generales para contrarrestar este fatídico destino. En retrospectiva, la historia se compone por muertos sobre los cuales podemos saber su nombre o la intuición de que existieron. Caminamos con el olvido siguiendo nuestras espaldas y lo contrarrestamos con rituales cotidianos, marcados por nuestros sentidos, relacionados igual a la memoria, obteniendo algún vivo recuerdo de los que ya partieron.

 

No quiero hablar en términos históricos y culturales, sobre el día de muertos, sino poder presentar este evento como un espacio entregado a la memoria y al ritual sanador superando el dolor a la pérdida. Ese acto emblemático de convivir una vez más con nuestros fieles difuntos.

 

La magdalena de Proust, así se le nombra a un fenómeno memorístico mediante el cual una percepción, especialmente el olor, evoca a un recuerdo. Dicho lo cual, considero que el olfato, se vuelve en uno de los principales elementos de este ritual tradicional.

 

El paisaje de los muertos, no solo está cargado por colores que forman parte de las decoraciones en los altares, así como de la comida característica que cada uno de nosotros coloca. Los olores de la muerte, nos rodean en múltiples formas ya sea por medio de las flores de cempasúchil, velo de novia y mano de león que además de aportar su aroma también presentan su tonalidad al paisaje. También el incienso da su esencia y forma al ritual mientras que el propio efluvio de los platillos abre el apetito a vivos y muertos.

 

Pero yendo más a profundidad, no solo los olores provenientes del altar, pueden ser parte de estas remembranzas, también aquellos propios del lugar donde se levantan o se prenden las veladoras. Todavía buscando escarbar más en nuestra memoria, podemos preguntarnos con qué otras emanaciones asociamos a nuestros difuntos. Ya sea por aquel de su comida favorita, el cigarrillo de aquellos que llegaron a fumar, la loción o el perfume de la botella que quedó inconclusa.

 

Este día de muertos, podemos poner mayor atención a los olores que rodean el ritual que da pie a la memoria y al hospicio del dolor que aún podamos tener ante la pérdida o como reflejo de nuestra capacidad de recordar, la historia y la memoria también huelen, para dejarnos ver que mientras nuestras narices aun perciban, no hay espacio para muertos olvidados, todos seguirán vivos.

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