La historia se compone por muertos sobre los cuales podemos saber su nombre o la intuición de que existieron.
Si el día de mañana ya no estamos,
¿cómo nos habrán de recordar las personas? ¿Cuántos de ellos nos tendrán en la memoria?
¿Sobre cuántos campos de imaginación estaremos cultivando? ¿Hasta dónde durará
nuestra memoria? ¿Cuántos muertos olvidados nos cruzamos a diario?
El comienzo de esta breve columna,
fue con preguntas asociadas a la memoria abriendo paso a la reflexión y los
alcances frente al ataque progresivo del olvido. El ritual, que marca el
denominado Tiempo de lo sagrado o Tiempo de los dioses para Jaques
Attlali, se caracteriza por la necesidad del cumplimiento de ciclos que marquen
el retorno al orden inicial después del desorden provocado por los conflictos
cotidianos, supone que nuestro mundo regresa al estado de paz previo a la
tormenta para poder prepararnos rumbo a una nueva que vendrá.
La muerte es un conflicto cotidiano y
a la vez cíclico, con el poder de ser, y
por mucho de las mayores, sino que la principal angustia del ser humano. Desde el hecho de
cobrar conciencia de nuestra existencia ha existido una marcada relación de
miedo con la muerte y un vínculo estrecho con lo sagrado. Esto dependerá de
cada sociedad en el tiempo y la cultura que se tenga sobre la muerte, ya que,
como el caso mexicano, estamos plagados de rituales tradicionales y cotidianos,
como explica en profundidad Delci Torres, en su artículo: “Los rituales
funerarios como estrategias simbólicas que regulan las relaciones entre las
personas y las culturas”, buscan la
vida eterna y la atenuación del dolor
que la muerte trae consigo.
Es evidente que la muerte final, es
la absoluta omisión de la existencia y que por ello retomamos los rituales
tradicionales, cotidianos, personales y generales para contrarrestar este
fatídico destino. En retrospectiva, la historia se compone por muertos sobre
los cuales podemos saber su nombre o la intuición de que existieron. Caminamos
con el olvido siguiendo nuestras espaldas y lo contrarrestamos con rituales
cotidianos, marcados por nuestros sentidos, relacionados igual a la memoria,
obteniendo algún vivo recuerdo de los que ya partieron.
No quiero hablar en términos
históricos y culturales, sobre el día de muertos, sino poder presentar este
evento como un espacio entregado a la memoria y al ritual sanador superando el
dolor a la pérdida. Ese acto emblemático de convivir una vez más con nuestros
fieles difuntos.
La magdalena de Proust, así se le
nombra a un fenómeno memorístico mediante el cual una percepción, especialmente
el olor, evoca a un recuerdo. Dicho lo cual, considero que el olfato, se vuelve
en uno de los principales elementos de este ritual tradicional.
El paisaje de los muertos, no solo
está cargado por colores que forman parte de las decoraciones en los altares,
así como de la comida característica que cada uno de nosotros coloca. Los
olores de la muerte, nos rodean en múltiples formas ya sea por medio de las
flores de cempasúchil, velo de novia y mano de león que además de aportar su
aroma también presentan su tonalidad al paisaje. También el incienso da su esencia
y forma al ritual mientras que el propio efluvio de los platillos abre el
apetito a vivos y muertos.
Pero yendo más a profundidad, no solo
los olores provenientes del altar, pueden ser parte de estas remembranzas,
también aquellos propios del lugar donde se levantan o se prenden las
veladoras. Todavía buscando escarbar más en nuestra memoria, podemos
preguntarnos con qué otras emanaciones asociamos a nuestros difuntos. Ya sea
por aquel de su comida favorita, el cigarrillo de aquellos que llegaron a
fumar, la loción o el perfume de la botella que quedó inconclusa.
Este día de muertos, podemos poner mayor atención a los olores que rodean el ritual que da pie a la memoria y al hospicio del dolor que aún podamos tener ante la pérdida o como reflejo de nuestra capacidad de recordar, la historia y la memoria también huelen, para dejarnos ver que mientras nuestras narices aun perciban, no hay espacio para muertos olvidados, todos seguirán vivos.