Una comunidad que ha sabido preservar su identidad cultural y lingüística, a pesar de los cambios políticos y sociales. Su historia es un reflejo de cómo las migraciones pueden generar espacios con identidades híbridas...
El pueblo
de Chipilo, ubicado en el municipio de San Gregorio Atzompa, es por sí mismo un
lugar fascinante, pues su esencia es completamente diferente a la de cualquier
otro lugar en Puebla. La historia de esta colonia nos remonta al año de 1882,
cuando migrantes de la región del Véneto, al noroeste de Italia, arribaron al
país impulsados por la creciente crisis agrícola y económica.
De
igual forma, el gobierno mexicano durante el Porfiriato también jugó un papel
importante, ya que fomentó la inmigración europea al país con la finalidad de
"modernizar" la agricultura y poblar regiones periféricas. El
encargado de adquirir dichos terrenos y planificar que estos se encontraran en
una zona con condiciones similares a las del Véneto y que además se ubicaran en
un sitio estratégico en el paso de mercancías, fue el entonces secretario de
Fomento Federal, Carlos Pacheco.
Las
familias llegaron en barco al puerto de Veracruz para continuar después su
travesía por tierra hasta Puebla, algo curioso es que una de las condiciones
que debían cumplir dichas familias era ser católicos, para evitar conflictos
con la población local. En cuestión de pocos años, Chipilo comenzó a adquirir
gran fama dentro del país, ya que los productos lácteos que producían eran de
primera calidad. Sin embargo, a pesar de su éxito y de la distribución de sus
productos, esta colonia seguía manteniéndose fiel a sus tradiciones y
costumbres italianas, lo cual desencadenó varios conflictos con la población
mexicana, sobre todo en sus primeros años.
Esta
creciente y fructífera colonia no pasó desapercibida tampoco para el gobierno
italiano, que vio en Chipilo una oportunidad para fortalecer su influencia
ideológica en América. Durante la década de 1920, la voluntad de consolidar una
ideología fascista más sólida en Chipilo era clara, y se intentó construir una
relación más cercana entre ambas naciones. En este contexto, la visita de la
nave Italia a América Latina incluyó una parada estratégica en Chipilo,
considerándola el mejor ejemplo de una colonia italiana en la región.
Los
fascistas fueron recibidos el 29 de agosto de 1924, con gran emoción por los
locales, al grito de "¡Viva Italia!". Se celebró una ceremonia cívica
en la que se entonó el himno nacional italiano, lo que conmovió hasta las
lágrimas a los presentes. Sin embargo, no hay que olvidar que uno de los
propósitos de esta visita era difundir ideas y propaganda nacionalista, ya que
se tiene registro de que cartas escritas a mano por el mismo Benito Mussolini
fueron entregadas a familias destacadas de la colonia.
Durante
los años 20 y 30, el gobierno de Mussolini promovió la idea de que todos los
descendientes de italianos en el extranjero debían seguir siendo leales a
Italia. Entonces, algunos chipileños vieron en Mussolini a un líder fuerte que
restauraba el poder de Italia, lo que generó cierta simpatía por el fascismo y
convirtió a Chipilo en el principal núcleo de las ideas fascistas en México.
A
pesar de esta influencia, Chipilo no se convirtió en un foco activo del
movimiento fascista. No obstante, el gobierno mexicano observaba con gran
precaución su relación con Italia, especialmente durante el gobierno de Lázaro
Cárdenas (1934-1940), cuando México tomó distancia del fascismo y apoyó a la
República en la Guerra Civil Española. Tras la Segunda Guerra Mundial y la
caída del régimen de Mussolini, la influencia del fascismo en Chipilo se
desvaneció por completo.
Hoy en día, Chipilo sigue siendo un caso único en México: una comunidad que ha sabido preservar su identidad cultural y lingüística, a pesar de los cambios políticos y sociales. Su historia es un reflejo de cómo las migraciones pueden generar espacios con identidades híbridas, donde las influencias externas se combinan con las tradiciones locales para formar comunidades únicas. Aunque la relación con el fascismo quedó en el pasado, Chipilo continúa siendo un testimonio vivo de la diáspora italiana y de la capacidad de los migrantes para mantener su legado en tierras lejanas.