Divulgar no es simplificar, es construir puentes. Implica traducir el conocimiento experto en experiencias accesibles, participativas y emocionalmente significativas. ¿Queremos que el patrimonio importe a más personas? Entonces debemos contar historias, promover talleres, generar recorridos con sentido, involucrar a comunidades, usar un lenguaje que no ahuyente...
En estos dias hemos sido testigos
de la visita del youtuber Mr. Beast a la Zona Arqueológica de Calakmul —así
como a Balankanché y Chichén Itzá— misma
que ha detonado un intenso debate dentro de nuestro gremio, el de quienes nos
formamos como historiadores, arqueólogos, antropólogos o etnohistoriadores. En
su video, publicado en su canal con más de 330 millones de suscriptores, Mr. Beast
agradece públicamente al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH),
a la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, y a la secretaria de turismo,
Josefina Rodríguez, por autorizar la “reproducción” de contenido en estos
sitios.
Desde entonces, he podido darme
cuenta que sobre este asunto existen dos posturas encontradas. Por un lado,
muchos colegas señalan el trato preferencial a figuras extranjeras con poder
económico, quienes acceden con aparente facilidad a espacios arqueológicos
donde a los propios investigadores se les colocan múltiples trabas
burocráticas. Recordemos el caso del MUNAL, donde unos funcionarios de la 4T
tuvieron a bien casarse en ese recinto haciendo uso de contactos y favores para
utilizar un inmueble, patrimonio de todos los mexicanos a su conveniencia, con
esos antecedentes ¿Cómo no pensar que el caso de Mr. Beast es algo similar?
¿Cuántos trámites engorrosos y meses de espera enfrenta cualquier académico que
busca trabajar o difundir contenido relacionado con el patrimonio? ¿Por qué
parece que basta con tener millones de vistas para recibir trato exprés? Sin
duda, estas interrogantes son consigna y la autoridad del Estado de Campeche,
la secretaria de turismo y el INAH deben salir a explicar en que condiciones se
le dio permiso al influencer.
Me parece que el malestar no es
menor. A menudo sentimos que desde nuestras trincheras estamos dando una
batalla cuesta arriba: producir conocimiento, divulgarlo, proteger el
patrimonio... mientras vemos cómo las prioridades institucionales se acomodan
al interés de particulares y no a las investigaciones de los colegas del
gremio. Se cuestiona con razón, la ausencia de una verdadera política de
difusión del trabajo arqueológico e histórico desde el Estado y el propio INAH.
A esto se suma el hartazgo legítimo de muchos cuadros que ven cómo, en lugar de
fortalecer las labores sustantivas del instituto —investigar, proteger y
difundir—, se opta por concesionar la imagen del patrimonio a creadores de
contenido viral, como pudo ser el caso con Mr. Beast. Y sin embargo, creo que
sería ingenuo de nuestra parte ignorar el otro lado de la moneda.
A las 3 de la tarde del 12 de
mayo, el video de Mr. Beast ya acumulaba más de 45 millones de vistas y casi 50
mil comentarios. En muchos de ellos, personas mexicanas agradecían el
contenido, admitían no conocer Calakmul y celebraban “ver los tesoros de
México” desde sus pantallas. ¿No es esto también parte de lo que buscamos
cuando hablamos de difusión?
Aquí es donde propongo hacer un
ejercicio de autocrítica. ¿Qué estamos haciendo —desde la academia, el INAH o
la ENAH— para que la gente sienta que el patrimonio también es suyo? No basta
con denunciar malas prácticas. Debemos preguntarnos, también, si hemos logrado
que nuestras publicaciones, investigaciones o productos comunicativos conecten
realmente con el público. En muchos casos, la respuesta es dolorosa: no, pues
quizás nuestros propios intereses como investigadores no son de interés publico.
El INAH, desde su fundación en 1939, tiene como mandato la investigación, conservación y difusión del patrimonio arqueológico, histórico y antropológico. A lo largo de su historia, ha contado con cuadros excepcionales formados en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, que han defendido el valor de nuestra historia y patrimonio. Sin embargo, hoy carecemos de ideas innovadoras, al tiempo que reproducimos el conservadurismo de tachar distintos intentos de divulgación histórica de fetichismo del patrimonio.
El área de difusión del INAH,
aunque ha producido materiales valiosos —paseos virtuales, videogramas,
publicaciones—, no siempre logra el alcance que hoy tienen personajes como Mr.
Beast y otros youtubers o tiktokeros. Quizá ha faltado asumir con más claridad
que la divulgación no es un “extra”, sino parte esencial del quehacer
académico. Y es ahí donde entra una propuesta que urge reivindicar: la
divulgación significativa.
Como enseñaba el arqueólogo Manuel
Gándara, divulgar no es simplificar, es construir puentes. Implica traducir el
conocimiento experto en experiencias accesibles, participativas y
emocionalmente significativas. ¿Queremos que el patrimonio importe a más
personas? Entonces debemos contar historias, promover talleres, generar
recorridos con sentido, involucrar a comunidades, usar un lenguaje que no
ahuyente. Y sí: también explorar nuevas plataformas donde está el interés público.
Criticar la presencia de Mr. Beast
en Calakmul sin revisar nuestras propias omisiones es un ejercicio incompleto.
Lo que él hizo —con todo y sus limitaciones— lo podríamos estar haciendo
nosotros —con sus variantes—. Solo que, en muchos casos, ni siquiera lo
intentamos.
Hoy 13 de mayo por la mañana, el
INAH ha comunicado lo siguiente:
“a pesar de la información
distorsionada ofrecida por el youtuber, la difusión de esta clase de materiales
puede motivar el interés en audiencias jóvenes de México y el mundo para
conocer nuestras culturas ancestrales y visitar los sitios arqueológicos que
son un valioso patrimonio nacional, acercándose a interpretaciones apegadas al
conocimiento científico y a la debida apreciación de nuestras culturas originarias”.
Es verdad que, Mr. Beast tiene
grandes números en redes sociales, posee una plataforma que sin duda alguna
podría representar una oportunidad para difundir el patrimonio de México e
incentivar el turismo, sin embargo, quienes dedican tiempo y esfuerzo para
divulgar nuestro pasado, consideran insuficiente la justificación del
instituto, pues se pensaría que el youtuber muy fiel a su estilo, pudo haber
aportado o donado un apoyo al instituto que se ha quedado corto en satisfacer
sus necesidades y en cumplir al cien por ciento sus actividades sustantivas.
Finalmente ¿Hubo irregularidades?
Si las hubo, deben señalarse y sancionarse. Pero si no las hay, no basta el
enojo: hay que responder con propuestas. Difundir no es traicionar el rigor. Divulgar
no es trivializar. Es, quizás, lo más sensato que podemos hacer hoy para
dignificar nuestra labor. Si el patrimonio nos importa, hagámoslo importante
para más personas. ¿Tienes colegas que hacen divulgación? ¿Si? APOYALOS.