Una manera de mantener vigentes estas historias y lograr que no desaparezcan es a través de la permanente transmisión de la memoria colectiva, la cual se genera a partir de la memoria individual, ya que con la memoria generamos recuerdos...
Es común que se conserven recuerdos, anécdotas o
relatos de nuestros antepasados dentro del núcleo familiar o en una comunidad.
Nunca falta en reuniones familiares que alguien rememore las historias o
vivencias de los bisabuelos, los abuelos o de algún otro familiar, muchas veces
de los que ya han fallecido; incluso, anécdotas de nuestros padres o de
nosotros mismos. En otras ocasiones pueden ser relatos de acontecimientos del
pasado de un pueblo o de una ciudad.
Sin embargo, muchas veces estas historias sufren
cambios y toman distintos rumbos donde pueden ser alteradas o pueden
desaparecer por completo. Dado que el recuerdo perdura en las colectividades
durante cierto tiempo, los relatos en ese intervalo van sufriendo
modificaciones. Parafraseando a Pierre Nora: “la memoria se va ajustando a
detalles, van quedando recuerdos borrosos y flotantes”. Por otro lado, estas
narraciones muchas veces se quedan en torno al núcleo familiar o en la
comunidad, si es el caso; por ello, en ese mismo intervalo de tiempo van
perdiendo su óptica o sentido porque dejan de contarse y entonces se disipan.
Una manera de mantener vigentes estas historias
y lograr que no desaparezcan es a través de la permanente transmisión de la
memoria colectiva, la cual se genera a partir de la memoria individual, ya que
con la memoria generamos recuerdos. Es a través del acto de recordar que las
colectividades van transmitiendo de generación en generación los recuerdos y,
de esta manera, se va construyendo el concepto de memoria colectiva la cual
rememora eventos, lugares, vivencias y tradiciones a través del relato.
Algunos autores que trabajaron sobre este tema
han planteado que en algún momento la memoria y la historia eran un conjunto
necesario para reconstruir el relato histórico. Inclusive F. Chatelet plantea
que “la historia hasta antes del siglo XIX no era un saber científico, sino que
se trataba del relato de quien lo vio; como, por ejemplo, Heródoto que escribió
sus historias a partir de lo que vio”.
Empero, una vez que la Historia se volvió una ciencia y requirió del uso
de fuentes para su sustento, la memoria quedó relegada a segundo plano, sin una
manera de sostener sus narraciones ya que simplemente se basa en relatos
orales. Sin embargo, en comunidades o en ciertas colectividades esta no ha sido
razón para dejar de contar aquellos grandes relatos que rememoran la historia
de un pueblo o de algún familiar.
En la actualidad aún perduran historias de los
abuelos o de los bisabuelos que se han contado y se han conservado en la
memoria familiar por años. Tal caso ha sucedido con los relatos de mi abuela en
los que cuenta sus vivencias durante la Revolución de 1910- 1920.
Mi abuela recordaba que cuando empezó la
revolución ella tenía entre nueve y diez años de edad. Para ese momento ella no
comprendía bien lo que era la revolución; se escuchaba hablar muy poco sobre la
situación que estaba teniendo lugar en el país. No fue sino hasta un tiempo
después cuando las huestes revolucionarias llegaron a su pueblo que comprendió
lo que era este movimiento. Cabe aclarar que las tropas zapatistas y
constitucionalistas incursionaron en el distrito de Toluca y sus municipios a
partir de 1912.
Así relató ella:
“Recuerdo que empezaban a gritar ‘ahí vienen los
zapatistas’, entonces la gente empezaba a correr a esconderse, escondían sus
cosas para que no se las llevaran, escondían el poco maíz que tenían. A las
mujeres las escondían porque pasaba la caballada y también se las llevaban. La
gente ya tenía sus escondites, había unas cuevas, me acuerdo de que ahí me
escondían mis papás”.
Contaba que un día llegaron las caballadas de
revolucionarios a su pueblo. No tenía claro quiénes eran, simplemente escuchaba
a la gente decir que eran los zapatistas. De repente, se armó el combate con
otro grupo (probablemente carrancistas o los federales del gobierno), la gente
corrió a esconderse. Ese día también quemaron algunas casas. El combate fue tal
que quedaron muchos muertos esparcidos en el suelo por todos lados. Decía mi
abuelita que por esa situación después de unos días los muertos llegaron a un
estado de descomposición que comenzó una peste terrible. En este relato no me
queda claro si los muertos quedaron ahí para siempre o si en algún momento la
gente del pueblo o las autoridades los levantaron y los quemaron o los
enterraron, no sé, mi abuela no contó esa parte.
Lo que sí relató fue que en algún momento
durante la revolución hubo una hambruna. Decía que en aquel tiempo hubo escasez
de alimentos y de trabajo, el sufrimiento por la falta de alimentos fue tal
que, a veces comían tortillas hechas con flores de los magueyes y ese era su
único alimento.
En conclusión, considero que es importante
seguir conservando en la memoria estos relatos o testimonios históricos, aunque
sea en el ámbito familiar, sin importar que unos recuerden de una manera y
otros de otra forma, al fin y al cabo “no existe una sola memoria, sino muchas
memorias” dice Florescano. De esta manera, también se pueden comprender y
preservar las tradiciones del pasado y darle cierto valor a esas enseñanzas y
creencias que nuestros abuelos nos dejan. Mantengamos viva la memoria colectiva.
Es curioso pensar en el espanto de las personas que no conciben con realidad el propósito de tropas ajenas que no precisamente son extranjeras. Me encantó, me fue muy amena.
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