Los diversos trazos y dibujos creados a partir de la unión de las estrellas por parte de los antiguos observadores estelares, han permitido que los astrónomos de hoy en día se ubiquen en el cielo profundo.
Imagina el cielo como una vasta tierra capaz de ser fraccionada en
parcelas, utiliza las estrellas como puntos de los cuales partirás para
delimitar tu espacio. ¿Qué finalidad tendría este ejercicio si las estrellas no
permanecen fijas en el universo?
Alejandro Gangui, doctor en astrofísica en la Universidad de
Buenos Aires en su libro, Entre la pluma
y el cielo: Ensayos e historias sobre los astros, nos comparte el beneficio
de esta actividad. Al igual que los historiadores, los astrónomos utilizan las
huellas del pasado para ubicarse en el presente y, sobre todo, para hallarse en
la gran bóveda celeste.
De esta manera, las parcelas del cielo, son lo que hoy conocemos
como constelaciones. Los diversos trazos y dibujos creados a partir de la unión
de las estrellas por parte de los antiguos observadores estelares, han
permitido que los astrónomos de hoy en día se ubiquen en el cielo profundo.
Si bien, alrededor del mundo hay numerosas civilizaciones que han
creado estas inscripciones, por el momento y para practicidad del estudio
astronómico, solo se han registrado de manera oficial 88 constelaciones de origen
antiquísimo. Para Gangui, esta segmentación del espacio, permite que los
astrónomos sepan cómo y cuánto han cambiado los astros en el devenir del tiempo.
Aunado a dicha limitación, también están los mitos detrás de estas
constelaciones. Las narraciones conservadas gracias a la tradición oral,
también tienen un fin relevante para los astrónomos. Estas fantasiosas
historias llenas de aventuras, peligros, romances, triunfos y castigos divinos,
además de contar los orígenes de los astros, también funcionan como un mapa
para rastrear la trayectoria de las estrellas.
Un ejemplo de ello, es el mito árabe detrás de la estrella de
Canopus. Esta historia del trágico amor de Canopus y la necesidad de sus
hermanas de mantenerlo a salvo huyendo de la familia de su difunta esposa,
sirvieron para que los astrónomos a la par de dicha narración, estudiaran el
movimiento de sirio y de esta respectiva constelación en la Vía Láctea;
afirmando así, que dicho mito traducía de manera efectiva el flujo constante de
las estrellas.
Contemplar el cielo, se convirtió en una actividad que
incitó a las personas curiosas a usar su
imaginación, a dibujar, crear y construir grandes relatos celestes que no solo
sirvieron para dar respuesta a inquietudes humanas, sino que también, dieron
sentido a su realidad.
Hoy, miles de años después de estas creaciones y delimitaciones en
el cielo, las huellas y registros que dejaron los imaginantes del pasado aún
son poseedoras de un gran valor; no solo para los astrónomos, también
para todos aquellos que disfruten observar y estudiar el cosmos en sus
múltiples formas.
Para cerrar, les comparto algunas preguntas que tras escribir esta
columna me han surgido: ¿Qué huellas dejaremos nosotros para la posterioridad?
¿Es que somos conscientes del impacto que puede tener, el usar nuestra
imaginación para el futuro? En nuestro presente, donde parece que ya todo está
creado y solucionado, imaginar debe ser vital para preservar nuestra humanidad. El
universo es infinito, por lo que, para mí, la imaginación también lo es.