Es dolorosamente real, cruda y desgarradora realidad, cínica y apática realidad. Tan cruda y cínica que el gobierno haya rechazado, por segunda ocasión, crear una comisión en el Senado para investigar el caso del Rancho Izaguirre en Teuchitlán.
Frente a una dialéctica positivista de la
realidad, observamos un panorama totalitario donde todos los acontecimientos
sociales e históricos se entienden como racionales y, por ende, las atrocidades
también encuentran un espacio donde justificarse por medio de la razón;
convirtiéndose la razón en un instrumento para someter al hombre conforme las
necesidades del sistema.
Frente a este sistema, se gestan actos donde no
hay culpables, solo gente siguiendo órdenes, cuando justificamos lo
injustificable en nombre del sistema, hacemos que la lógica y la razón se
conviertan en cómplices de la barbarie. Durante los juicios hacía Adolf
Eichmann, por haber sido uno de los altos funcionarios nazis encargados de la
logística durante el holocausto. Hannah Arendt acuño el termino la “banalidad
del mal”, para entender la maldad que se comete sin malicia. Eichmann no es
descrito como un psicópata o una persona sanguinaria, sino como un burócrata
obediente que fungía su labor con eficacia y que actuaba, al parecer, siguiendo
órdenes renunciando a su capacidad de juzgar. Entendiendo que muchas veces ante
las barbaries y los males de la humanidad, se realizan, no siempre desde la
maldad intrínseca, sino desde sistemas que deshumanizan a las víctimas y
diluyen la responsabilidad individual.
La esquematización de sistemas que permitan la
banalidad del mal, no solamente ocurre en regímenes totalitarios, como lo fue
durante el régimen nazi. Pensemos por un momento en lo acostumbrados e
insensibles que estamos a la violencia. Pensemos por un momento en las
dimensiones del profundo colapso moral donde nos encontramos. Los cuerpos
encontrados en Teuchitlán, representan solo la punta del iceberg, pensemos en
las fosas que se encontrarían si se busca con detenimiento, pensemos en aquellas
que no se encontraran. El número de víctimas no representa nada, para el
sistema es una estadística más. Pero detrás de cada número, detrás de cada
prenda encontrada hay un nombre, una persona sobre la cual existen conexiones.
Un desaparecido. Un ser humano, detrás de los 400 restos hay obreros,
migrantes, estudiantes, madres; gente a la que el sistema llamó 'prescindible'
mucho antes de matarla.
La realidad, más allá de tener un sentido
razonado o justificado en aras de propósitos superiores, puede compactarse en
oraciones simples: es esta sencillez la que nos asusta. Las cosas elementales
caben en una frase, y no hace falta buscar más eufemismos para nombrar lo
obvio. Es dolorosamente real, cruda y desgarradora realidad, cínica y apática
realidad. Tan cruda y cínica que el gobierno haya rechazado, por segunda
ocasión, crear una comisión en el Senado para investigar el caso del Rancho
Izaguirre en Teuchitlán. Tan cínica para que la presidenta haya dicho que el
hallazgo de los más de 400 restos no se tiene que politizar, tan cruda la
realidad que algunos miembros del gabinete hayan dicho que este suceso es un
montaje de los medios. Tan cruda y cínica que los miembros del crimen
organizado hayan salido a dar un comunicado, culpando a las madres buscadoras por
difamación.
Los discursos emitidos buscan enmascarar la
violencia en tecnicismos o discursos negacionistas, la realidad detrás de esto
duele, porque sin importar los discursos que surjan para darle una
justificación, en los hechos siguen existiendo actos de violencia
esquematizados desde un sistema donde se oculta a los victimarios, y se
multiplican las víctimas. Cuando un Estado es corrupto, no buscara culpables.
¿Quiénes fueron juzgados formalmente por Tlatelolco en 1968? ¿Quiénes fueron
juzgados por Acteal en 1997? ¿Quiénes fueron juzgados por Ayotzinapa en 2014?
¿Quiénes responderán por Teuchitlán?
Theodor Adorno dice: “solo el pensamiento que se hace violencia a sí mismo es lo suficientemente duro para romper los mitos”. El sistema que perpetua la banalidad del mal y el pensamiento hecho violencia, probablemente nos indica que uno de los mitos a romper es el de la justicia. Digo esto porque cualquier sistema que priorice la lealtad política o la impunidad sobre la ética, deja en clara que la justicia es posesión de pocos, únicamente de aquellos con los medios ya sea económicos o políticos capaces de hacer cumplir los derechos elementales, derechos de los cuales, muchos de nosotros estamos exentos. Y es que la realidad es así, mientras un empresario evade la cárcel pagando fianzas exorbitantes, un joven pobre cumple condena sin siquiera recibir un juicio. La justicia es un mito, no es ciega: mira hacia quien tiene poder, mira quien la puede pagar.