Un poco de Historia para tu vida cotidiana - El olvido de la sabiduría: una reflexión sobre la edad y la experiencia. por Nordi Verónica del Rocío Enríquez Flores

Nordi Verónica del Roció Enríquez Flores (ENAH)

Revalorar a los mayores no significa anclarse al pasado, sino fortalecer el presente con raíces profundas. No se trata de una cuestión de nostalgia, sino de justicia y sentido común...

Durante siglos, las sociedades humanas han reconocido en la vejez un símbolo de sabiduría, prudencia y autoridad. En numerosas culturas antiguas, los ancianos no solo eran respetados, sino también consultados y escuchados. En Grecia, los Gerontes de Esparta (consejo de ancianos) participaban en el gobierno como parte esencial del aparato político.




En muchas comunidades indígenas, los consejos de ancianos decidían el rumbo de su sociedad, guiados por la experiencia de quienes habían vivido lo suficiente para comprender el ciclo de la vida en su totalidad. 

 



 En la tradición china, el confucianismo fomentaba la veneración a los mayores como una virtud moral.  En resumen, la edad era una fuente de legitimidad.

 

Hoy, sin embargo, la lógica del mercado ha reconfigurado brutalmente nuestra percepción del envejecimiento. En un mundo que idealiza la rapidez, la juventud y la innovación constante, las personas mayores son vistas con sospecha, es decir, se duda de su capacidad para adaptarse, rendir o, incluso, aprender. Este cambio se manifiesta particularmente en el campo laboral.

 

Las vacantes suelen estar dirigidas exclusivamente a personas entre los 18 y los 29 años, considerados los jóvenes. Otras imponen límites que rara vez superan los 40 o 45. Más que una preferencia, parece un cerco.  En ocasiones, no incluyen el rango de edad porque se estableció que debía ser de esta manera por ser considerado discriminación. Sin embargo, cuando uno acude a la entrevista, el reclutador decide no contratarte por la edad, que, aunque el candidato no sabía qué su edad adecuada para el puesto, el reclutador si lo tenía muy presente. A final de cuentas, sí es discriminación.

 

Se parte de la idea errónea de que, cumplida cierta edad, las personas dejan de ser útiles, que la experiencia acumulada no importa y que sus aportes pierden valor.

 

Pero esta lógica no solo es injusta, es profundamente limitada. La juventud no garantiza calidad ni compromiso, así como la vejez no impide el aprendizaje ni la productividad. En muchos casos, las empresas prefieren a jóvenes porque pueden ofrecerles sueldos bajos -que llaman becas-, horarios extendidos y escasa protección laboral, además de que se les asignan tareas que deben realizar las personas con cargos altos, que son entregadas a su nombre y reciben gratificación por ello. El discurso sobre “energía” y “flexibilidad” encubre una estrategia de explotación. Por tanto, se construye una economía que margina a quienes más han dado a lo largo de su vida, relegándolos a la inactividad o a empleos precarios, cuando no al desempleo total.

 

¿En qué momento dejamos de valorar la experiencia? ¿Cuándo decidimos que lo nuevo era automáticamente mejor que lo probado? La memoria de una trabajadora o un trabajador que ha enfrentado crisis, errores, triunfos y transformaciones a lo largo de décadas es un patrimonio invaluable. Esa persona no solo sabe cómo hacer las cosas, sabe por qué se hacen así, qué consecuencias pueden tener y cómo mejorar los procesos desde una perspectiva que solo el tiempo otorga. En cambio, cuando una organización se llena exclusivamente de perfiles jóvenes, corre el riesgo de repetir errores, subestimar riesgos y descartar soluciones existentes.

 

La edad trae consigo también una cualidad vital: la templanza. En entornos de alta presión, donde los plazos y las cifras dictan el ritmo, tener personas que han aprendido a decidir con serenidad es una fortaleza estratégica. ¿Quién puede guiar mejor a un equipo que alguien que ha pasado por momentos similares y ha logrado salir adelante? En lugar de ver en los mayores una carga, deberían verse como pilares de estabilidad.

 

Es hora de que las empresas, instituciones y la sociedad en general reformulen sus prejuicios sobre la edad. Necesitamos políticas laborales inclusivas que reconozcan la riqueza de la diversidad generacional. Los equipos verdaderamente sólidos no son los que solo tienen juventud, sino los que saben combinar el ímpetu de lo nuevo con la sabiduría de lo vivido. En un mundo lleno de incertidumbre, pocas cosas son tan necesarias como la experiencia.

 

Revalorar a los mayores no significa anclarse al pasado, sino fortalecer el presente con raíces profundas. No se trata de una cuestión de nostalgia, sino de justicia y sentido común. Porque el futuro que queremos construir requiere de memoria, y la memoria vive en quienes han visto más de una vez cómo el mundo cambia, cae y vuelve a levantarse.

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